Me tocó las narices por dos motivos. En primer lugar, porque no podemos comparar nuestra infancia con la de nuestros hijos, del mismo modo que no podemos comparar nuestra infancia con la de nuestros padres. Los tiempos cambian y los niños de cada generación son diferentes a los de la anterior. Probablemente, nuestros cumpleaños fueran geniales con unos sándwiches, unos globos y unas mirindas, pero piensa por un momento que estamos hablando de una época en la que ir al Pryca era casi casi como ir a Eurodisney, si no fuera porque Eurodisney ni siquiera existía entonces.
Hoy en día, con el boom de las tiendas multiprecio, vamos, lo que viene siendo un chinorris es tan fácil ir y salir con un carro hasta arriba de platos de colores, globos de todas las formas, manteles de princesas, superhéroes y todos los dibujos que te puedas imaginar que da hasta pena no hacerlo. Que cuesta un poco pensarlo y hay que tener tiempo para hacer que todo conjunte y que sea bonito, te lo reconozco. Pero que mola un montón, también.
Por otro lado, la muchacha que escribe el artículo dice que no recuerda haber jugado con sus padres, que sus ratos en sus ratos de ocio y juego se las apañaban solos ella... ¡y sus tres hermanos! Vamos a ver, ¿qué familia hoy en día tiene cuatro hijos? Está claro que unos padres con cuatro hijos, pocos ratos van a tener para jugar con los niños, pero en los tiempos que corren, en los que ser hijo único es lo más normal... si no juegan tus padres contigo, ¿con quien juegas? Es cierto que no podemos convertirnos en los únicos responsables del juego y la diversión de nuestros hijos, porque si no corremos el riesgo de la típica escena en la que el papá se pone a montar con el hijo o hija la clínica veterinaria de las barriguitas y acaba el niño viendo los dibujos en la tele y el papá afanao tratando de encajar las piezas (cambia "papá" por "bisabuela" y tendrás la escena de lo que pasó la semana pasada en Villa Tapita). Pero seamos claros, un niño que juega con sus padres es un niño feliz.
Yo no estoy harta de hacer que la infancia de mis hijos sea mágica. Yo soy esa madre a la que odias. Esa madre que hace disfraces, que prepara fiestas de cumpleaños temáticas con dos meses de antelación, esa madre que hace tartas de colores y que se pasa un día entero buscando las puñeteras botellas de agua de Frozen por cinco supermercados diferentes (y que compra para todas las amigas).
Y sé que me has criticado en muchas ocasiones, no creas. Sé que incluso alguna vez has hablado de mí con cierto aire de superioridad, como si el hecho de que tú trabajes ocho horas al día fuera de casa y realmente no tengas tiempo de hacer disfraces, manualidades o pasteles te diera derecho a hacerme de menos. Sé que te has atrevido a ridiculizarme, a reírte del trabajazo que me llevó preparar el último cumpleaños de alguno de mis niños, mientras probablemente te preguntabas si existían empresas de organización de fiestas temáticas para el próximo cumpleaños del tuyo.
Pero escúchame una cosa: esto no es una competición. No se trata de quién hace la fiesta de cumpleaños más espectacular. No se trata de quién lleva el disfraz más currao. No se trata de ver quién es la mejor. Porque todas somos las mejores madres para nuestros hijos.
Y sí, yo ya estoy preparando la fiesta de cumpleaños de Piruleta. Cumple tres años y aún falta un mes. Pero preparar su fiesta de cumpleaños juntas, elegir el tema, diseñar la invitación, buscar ideas para decorar, ir al chino a comprar las cosas... y hacerlo todo juntas es maravilloso.
Algunas de las cosas que les he preparado a las niñas por sus cumples.