Esta idea de adolescente pareciera contraponerse a aquella del adolescente abúlico, aquel que no muestra signos de interés o motivación hacia lo que lo rodea; que pareciera carecer de voluntad o energía para hacer o decir.
Podríamos pensar que ambas concepciones son dos caras de la misma moneda, por que lo que prima en la adolescencia es la necesidad de diferenciarse de los padres; sea haciendo o no-haciendo.
El adolescente está sufriendo importantes cambios físicos y psíquicos. Sus nuevas capacidades cognitivas le van a permitir cuestionar las normas familiares que acataba anteriormente, e incluso rebatirlas con argumentos, con el consiguiente desconcierto de sus padres. Estos a su vez al verlos con una apariencia más de adulto que de niño le exigirán un comportamiento más maduro en algunas áreas. Sumado a lo anterior las alteraciones hormonales llevarán a cambios bruscos de humor que, de nuevo, desconcertarán a quienes viven cerca de ellos. Las hormonas también serán las causantes de un mayor interés y deseo sexual, lo que provocará en los padres un intento de controlar y restringir el ocio y las amistades de los adolescentes; especialmente en el caso de las chicas.
Sin embargo, la conflictiva que aparece en la familia cuando uno de los hijos a llegado a la adolescencia, no tiene que ver solamente con cambios en el adolescente, los padres por lo general también están pasando por un momento de cambios, la crisis de la mediana edad. Los padres, en esta etapa, estarán pasando por un momento de evaluación sobre la propia vida, sobre si lo que están haciendo es realmente lo que querían o habían imaginado cuando ellos mismos eran jóvenes; sobre aquello que dejaron atrás (sueños, anhelos, deseos), sobre lo que debieron resignar en pos de la familia. En otras palabras, ambas etapas conflictivas se superponen, dando lugar a un verdadero caos emocional.
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