Está ampliamente demostrado lo beneficioso que es portear a los bebés. No voy a descubrir aquí nada nuevo, porque dichos beneficios están más que comprobados: fortalece el vínculo entre padres e hijos, transmite tranquilidad y seguridad al bebé, ofrece una buena posición fisiológica. El porteo ayuda a que los bebés lloren menos, duerman mejor y se integren en la vida cotidiana de los padres de un modo más directo.
Estos beneficios funcionan en todos los niños. En los niños con autismo, también.
Existe la creencia de que los niños con autismo rehúyen el contacto físico. Esa creencia (como muchas otras) forma parte de los mitos del autismo. Los llamamos mitos porque no son verdad. Habrá niños a los que no les guste ser porteados, pero no sucede necesariamente por estar dentro del espectro del autismo. También conozco niños neurotípicos a los que no les gusta ser porteados.
Y conozco a niños con autismo a los que les encanta. Al mío, por ejemplo.
De hecho, creo que el porteo puede ser especialmente beneficioso para los niños con autismo, puesto que es frecuente que algunos tengan dificultad para dormir, o que lloren con facilidad, o que sean especialmente sensibles a los estímulos, y el porteo influye positivamente en estos aspectos.
La verdad es que nosotros empezamos a portear a Mateo algo tarde, cuando nació su hermana. Mateo tenía 2 años, y como regalo del día del padre compramos una mochila Manduca, pensando en que nos ayudaría a desenvolvernos con dos pequeños con menos de dos años de diferencia. Y vaya si nos ayudó.
Las primeras veces, a Mateo le extrañaba el invento, pero en cuanto se acopló a él, empezamos a disfrutarlo al máximo. A nosotros nos daba gran seguridad para ir con él a determinados entornos en los que era complicado manejar un carrito (del cual él se escapaba cuando le parecía bien, escurriéndose cual contorsionista para salirse del arnés de seguridad), o en los que llevarlo de la mano fuera muy aventurado (y porque en esa edad su tendencia al escapismo incluía soltarse de la mano y salir corriendo en cuanto veía la oportunidad); precisamente en estas fechas tenemos el ejemplo de la semana de fallas: en Valencia las calles están abarrotadas, y hay exceso de estímulos de todo tipo. Gracias a los portabebés podíamos recorrer la ciudad tranquilamente con los niños y disfrutar del ambiente con tranquilidad a pesar del bullicio.
En el caso de Mateo, el porteo se prolongó hasta cumplidos los 5 años por su propia voluntad. Y le daba seguridad saber que, aunque ya no llevábamos carrito, si estaba demasiado cansado podía subirse a la espalda de papá (y hasta echarse una siestecilla).
Según mi experiencia, el porteo es beneficioso para TODOS los niños.
Y personalmente creo que el vínculo de Mateo con su padre, que es especialmente intenso y cómplice, se vio afianzado por la experiencia del porteo.
Fuente http://www.cadamochueloasuolivo.com