No sé si alguna vez lo he confesado ya por el blog pero pintar nunca fue lo mío. Desde pequeñita no se me dio nunca bien… En la universidad tuvimos varias asignaturas de educación artística y la profesora nos preguntó directamente si recordábamos que en algún momento nos hubieran dicho que pintábamos mal. Evidentemente todos tuvimos algún comentario de alguien que nos había frustrado nuestra actividad artística. Y, como casi todo en esta vida, cuando te dicen que no se te da bien algo, terminas haciéndolo a disgusto o no haciéndolo más.
Yo de pequeña pintaba. Bueno, pintar igual es demasiado. Garabateaba el papel y pronto me dijeron que eso no se me daba bien. Los humanos debían de tener el esquema corporal completo y yo me comía las piernas (con 4 años es normal, que conste). Y luego, para qué engañarnos, decidí que, si las personas de mí alrededor no valoraban mi arte, no iba a molestarme en hacerles dibujos, así que me dediqué a otros quehaceres (el punto de cruz, por ejemplo) que, por el contrario, sí tenían éxito entre mis familiares y amigos.
Sin embargo, mi profesora de arte en la uni, Beatriz, me despertó otro punto de mira sobre el arte. A veces, perdemos la mirada inocente de los niños, nos dejamos llevar por estereotipos y nos olvidamos de que el artista, sobre todo, disfruta durante el proceso y hace disfrutar al resto con su obra.
Después de esas clases decidí que nunca intervendría con un juicio de valor sobre un dibujo hecho por un niño. Nunca. Así que, cuando en clase me regalaban un dibujo, lo guardaba y les preguntaba por lo importante: si habían disfrutado mientras lo hacían.
Con Álvaro me ha pasado más de lo mismo. Cada vez que se sienta a pintar, intento no molestarlo, no interrumpirlo, dejarle todos los materiales que pueda usar antes y, una vez que ha terminado, qué me cuente qué ha pintado y si ha disfrutado. Nunca le digo si el dibujo es bonito o feo y la razón es simple: soy su madre y todas las creaciones que vengan de sus manos serán únicas, geniales e irrepetibles.
Y ahora que sabéis mi punto de vista también sobre el arte y los dibujos, os voy a mostrar una sesión de “body painting” que hice con Álvaro en una tarde de verano en la que nos apetecía pintar y, en lugar de usar papel, usé a mi hijo. Fijándome en un avión que tiene, se lo dibujé en la tripa mientras muchas sensaciones y experiencias recorrían su cuerpo: cosquillas, risas, hormiguitas por la tripa, la sonrisa de mamá, ser el centro en ese momento, Diego mirando los colores, papá haciéndonos fotos, mezclar colores en la tripa, mezclar colores en el agua, disfrutar con el proceso y sorprendernos al mirar al espejo, entre otras.
¿Os imagináis lo que puso sentir? Yo sé que estaba contento y que yo disfruté de hacer esta actividad con él. Os invito a realizarla con vuestros hijos. Recordad que la pintura en el cuerpo se va en el baño pero que ese rato de diversión en familia, durará en la memoria (y en papel si hacéis fotos =D)
Un abrazo y ¡feliz fin de semana!