?me dijo mi hija antes de terminar la conversación. Esta mujercita, madre de una niña de 12 y de un varón de 15, me dejó muda. No supe qué contestar. Y por supuesto, me quedé pensando. Para empezar me pregunté quién le habría enseñado tan contundentes y sabias palabras. También me pregunté si me las estaba diciendo a mí, o se las estaba diciendo a ella misma en relación con sus propios hijos.
Me dio orgullo y temor al mismo tiempo.
Orgullo porque descubrí en ella una sabiduría que a toda madre le llena el alma de cariño. Y temor porque quizás había una crítica a mi lugar como mamá. También me sirvió para reflexionar acerca de esta forma tan cruda de plantear los temas que tienen los más jóvenes. Pero me pareció un hallazgo para compartir con otros padres.1
No cabe duda de que es una verdad inapelable. Las madres de mi generación sabíamos esto y quizás nos costó aplicarlo. Porque poner límites es ir a un enfrentamiento, es aguantar el enojo de nuestros hijos. Es sostener una argumentación o algo mucho más fuerte: es ejercer el poder y sus resultados. ¿Lo habremos aplicado ¿Habremos entendido bien su sentido? No lo sé.
Marcelo Urresti, uno de los sociólogos que más estudió el tema de los jóvenes, sostiene que ?en los años 70 las culturas juveniles eran patrimonio exclusivo de los jóvenes. Pero hoy son patrimonio de toda la sociedad?. No hace falta ir muy lejos para darse cuenta de la sobre valoración de la imagen adolescente. Vemos desfilar mujeres y hombres que desean más que nada en la vida ser jóvenes, y a niños que también desean ser jóvenes. Toda la industria indumentaria, toda la tecnología, está orientada a ser jóvenes o parecer jóvenes. Así actores, personajes de las revistas, parecen adolescentes de 40, 50 o 60 años. Entonces bien vale preguntar a los hijos de esas personas: ¿Qué espacio les queda?. Y me lo preguntaba a mí misma.
Si el padre quiere hacerse amigo de su hijo, en un punto no asume ninguna de las responsabilidades que le corresponden a un padre. Como por ejemplo decir NO. Poner límites. Ok, los jóvenes, por el sólo hecho de serlo debieran tener ese espacio para transgredir, para romper mandatos, para incumplir normas, para crecer, para madurar. ¡Pero los padres quieren lo mismo! ¿Cómo se resuelve este conflicto?
Siempre se ha dicho que los adolescentes son los que denuncian los problemas de una sociedad. Le dicen al mundo la verdad en la cara. No respetan ninguna convención, Para eso están los adultos para ponerles un freno, una contención a tanta ebullición. Tener un hijo, criarlo, también es confrontar nuestros propios deseos con los de esa otra persona que depende de nosotros. Deberíamos entender que nuestros hijos buscan grupos de pares para estar, para compartir espacios. Los clubes, el cibercafé, la discoteca, la calle. Nosotros no somos sus pares, somos sus padres. Y esos monstruos que nos aterran como la violencia, el sexo y las drogas desafían nuestra propia responsabilidad frente a esta sociedad.
Me pregunto si un joven quiere usar su cuerpo como ofrenda de rebeldía con incrustaciones, piercing, tatuajes, cuando sus padres también se tatúan y, además, van a los mismos recitales que sus hijos: ¿Cómo hace un hijo para separarse de esa tutela, de esa mirada falsamente amiga que le copia paso a paso sus destellos de libertad?
En mi época se hablaba de límites y circulaba una hermosa frase que usábamos para la ocasión: ?Agárrame fuerte y déjame ir?. Pero como creo que las generaciones se superan, mi hija tiene más sabiduría que su madre y me retrucó "Cuando nos hacemos amigos de nuestros hijos, los dejamos huérfanos". Y tiene razón.
1. Fuente: lanacion.com Any Ventura