Pero a Sami, aquello no le convencía. Quería las flores ya. Se pasaba el día diciendo:
"Granjeroooooooo, échame más agua que quiero mis flores ya"
El granjero se lo volvía a explicar, pero el árbol era muy impaciente y no quería entender lo que le contaban.
Cada día igual, cada día gritando y pidiendo agua y más agua. El granjero se enfadó y le dijo:
"Muy bien. Si tú quieres te pondré agua cada vez que la pidas". Y así hizo.
Al cabo de dos semanas, el árbol estaba más feo y triste que nunca.
"Granjeroooooooo ¿Qué me pasa? No salen las flores y cada vez mis ramas están más caídas" Dijo el árbol.
El granjero le explicó que tanto sol le había secado las hojas, y tanta agua le había estropeado las raíces. Le dijo que hay que ser pacientes, y que las cosas llegarán cuando tengan que llegar. Que no por querer correr, las cosas saldrán mejor.
Así que el árbol hizo caso a lo que le decía el granjero. Cuando llegó la primavera, Sami se convirtió en el árbol más frondoso y bonito de todo el prado.
Fuente imagen: Imagui
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