Algo que me sigue maravillando de la maternidad es cómo engrandece las pequeñas cosas y llena los días de momentos especiales. Cada avance es un paso hacia la independencia, ese hito que los padres desean y temen a partes iguales. Como los alpinistas al llegar a la cima, con la celebración de la hazaña llega un nuevo objetivo, siempre más alto y un poco más difícil. Hoy por hoy, nuestros ‘ochomiles’ son los juegos del parque: primero el balancín en forma de flor, después el caballito con muelles, luego las escaleras del barco pirata.
El último logro, también el más emocionante, ha sido la escalera de cuerdas del tobogán. Tras varios intentos y algo de ‘trampa’, Inés logró llegar arriba y deslizarse por primera vez. Ya en el suelo, empezó a reír y saltar como si hubiera coronado el Everest; seguramente el primero en tocar esa cumbre no fue más feliz.
Subir por la ‘escalera de ranas’ es ahora el próximo reto de una carrera que no ha hecho más que empezar. Como buenos principiantes, la emprendemos llenos de ingenuidad y buenos propósitos. Acompañar sin interferir, fomentar la superación sin presiones, valorar los éxitos y aprender de los fracasos. Entender que no se trata de hacerlo mejor o peor que nadie, sino de hacerlo mejor que ayer. Me gustaría que Inés conservara la tenacidad que ayudó a sus piernas todavía cortas a subir al tobogán, pero también que en la lucha por la superación sea ella misma su única adversaria.
No sé si estaré a la altura como acompañante en este aprendizaje vital, si la ayudaré a ser mejor y más feliz o la contaminaré con frustraciones y miedos. Sobre todo si tendré presente que mi hija es, nada más y nada menos, un individuo más en este mundo, aunque para mí sea el centro del Universo.