La aflicción y duelo es un estado personal y emocional de duelo o una respuesta anticipada a la perdida. No todos los niños y familias requieren una intervención profesional durante o después de una perdida y la presencia de síntomas tales como tristeza y soledad son comprensibles y predecibles. La mayoría de las familias afligidas permanece socialmente conectada y espera que la vida recupere una sensación de normalidad nueva, aunque diferente. El fallecimiento de un familiar también produce muchas pérdidas secundarias (variación de ingresos económicos, posible necesidad de traslado, menos apoyo emocional para los familiares supervivientes, alteración de las rutinas, cambio del estado de hermano al de hijo único).
La presencia de adultos seguros y estables que puedan satisfacer las necesidades de los hermanos supervivientes y que permitan hablar sobre la perdida es fundamental para ayudar en el proceso de aflicción y duelo infantil.
Por qué ocurre la aflicción y el duelo
Cuando se produce un fallecimiento en una familia, las respuestas de los niños reflejan la cultura familiar actual, la herencia del pasado y el entorno socio político. La experiencia personal con una enfermedad terminal y la agonía también facilitan la comprensión de la muerte por el niño y una familiarización con el luto.
Sin embargo, existen diferencias relacionadas con el desarrollo en los esfuerzos de un niño para dar sentido y dominar el concepto y la realidad de la muerte, que a su vez influye profundamente en sus reacciones de pena. Los lactantes y niños pequeños no comprenden todas las dimensiones de la muerte, especialmente su permanencia. Sin embargo, pueden surgir protestas primitivas, desesperación, ansiedad por la separación e indiferencia ante la desaparición de quienes les proporcionan alimento. Los niños muy pequeños también manifiestan una reacción cuando observan la angustia de otros. Asimismo, los niños pequeños expresan signos y síntomas de pena, tales como irritabilidad o letargo. En casos graves de pena aparecen problemas de crecimiento.
El proceso de pensamiento de la edad preescolar es prelogico y egocéntrico. Los niños preescolares no muestran un razonamiento causa-efecto bien establecida. Por regla general, dan explicaciones mágicas a los sucesos de muerte y algunas veces se convierten en sentimientos de culpabilidad (p. ej., ≪Murió porque no quise jugar con el≫). Los niños conceptualizan los sucesos en el contexto de su propia realidad experiencial y, por tanto, consideran la muerte en términos de sueño, separación y lesión. En un intento de dominar la finalidad y la permanencia de la muerte, los preescolares frecuentemente formulan preguntas implacables y repetidas tales como ≪Después de terminar de morirse, ¿vendrá Johnny de vacaciones con nosotros?≫ o ≪¿Cuándo arreglaran el avión que se estrello para que mama pueda volver a casa a preparar la cena?≫ Los niños pequeños expresaran pena de forma intermitente y mostraran unos marcados cambios de afecto durante breves periodos de tiempo. La regresión, junto tristeza y rabia, pueden acompañar a la pena.
Los niños de edad escolar piensan con mayor concreción, reconocen la permanencia de la muerte y empiezan a entender los procesos biológicos del cuerpo humano (p. ej., ≪Te morirás si tu cuerpo deja de funcionar. La información recogida a partir de los medios de comunicación, los compañeros y los padres les
Papel de los padres en el duelo
A menudo, los niños demuestran que hablar abiertamente de sus penas les alivia y comparten fácilmente su historia con otros. Los niños de edad escolar a menudo intentan enfrentarse con frecuencia a una perdida traumática buscando y adquiriendo información por su cuenta. Como una fuente de información adecuada y digna de confianza, el pediatra debe reservar tiempo para reunirse con el niño, los padres o la familia completa para discutir las preocupaciones y valorar el nivel de funcionamiento. El pediatra puede desempeñar varios papeles preventivos en estas reuniones. El primer papel consiste en ser un educador sobre la enfermedad, la muerte y la pena.
El pediatra debe prepararse para abordar cuestiones como ≪¿Me puede pasar a mi (o a alguien a quien quiero)?≫, ≪¿Ella sufrió? ≫ Serán de una gran ayuda consideraciones verídicas presentadas en un lenguaje comprensible. Incluso en los niños muy pequeños, una explicación clara y honesta de lo que ha ocurrido ayuda a afrontar a la situación. Por ejemplo, ≪El corazón de papa dejo de latir para siempre porque se hizo daño en el accidente de coche. Ya no respirara, ni comerá ni se moverá mas. Cuando estas cosas pasan, estas muerto. Papa no podrá volver a estar vivo≫. Al intentar entender su perdida, los padres y los niños con frecuencia se enfadan con los profesionales sanitarios por ≪dejar≫ morir a la persona querida. Los escolares suelen creer firmemente en la omnipotencia de los médicos y se les puede haber dicho ≪El doctor hará que mama se ponga bien≫.
Preguntas tales como ≪¿Por qué tu no…? se deben responder con sensibilidad y sin actitud defensiva. Por ejemplo, ≪Hicimos todo lo que pudimos por tu mama. Algunas veces resulta muy difícil entender por qué alguien que amamos tiene que morir y dejarnos≫. El pediatra también puede ofrecer un entorno seguro para hablar sobre emociones dolorosas, expresar miedos y compartir recuerdos. El pediatra desmitifica la muerte al permitir a las familias hablar y les aporta pautas para abordar las preocupaciones de los niños. Los padres generalmente piden ayuda práctica.
Síntomas de aflicción y duelo
Ningún signo, síntoma o grupo de conductas específicas identifica al niño o familia que precisa ayuda. Sin embargo, está indicada una valoración adicional en los siguientes casos: 1) síntomas persistentes somáticos o psicosomáticos de origen desconocido (p. ej., cefalea, dolor abdominal, trastornos de la alimentación y el sueño, síntomas de conversión, síntomas relacionados con la enfermedad del fallecido, hipocondria), 2) circunstancias inusuales de muerte o perdida (p. ej., muerte repentina, violenta o traumática; muerte inexplicable, increíble o especialmente sin sentido; enfermedad prolongada y complicada; separación inesperada), 3) dificultades escolares/académicas/laborales (p. ej., peores notas y disminución del rendimiento escolar, retraimiento social, agresión), 4) cambios en el hogar/funcionamiento de la familia (p. ej., estrés familiar múltiple, falta de apoyo social, ausencia de disponibilidad o funcionamiento ineficaz de los cuidadores, múltiples alteraciones de la rutina, falta de seguridad) y 5) factores psicológicos preocupantes (p. ej., culpabilidad persistente, deseo de morir o hablar de suicidio, angustia grave por separación, alucinaciones inquietantes, autolesiones, conducta arriesgada, síntomas de traumas
Tratamiento
La recomendación de aflicción y duelo intervenciones fuera de la red de apoyo natural de la familia y amigos a menudo resulta de utilidad para las familias afligidas. Las intervenciones que mejoran o fomentan el cariño y la seguridad y que proporcionan medios de expresión y comprensión de la muerte ayudan a reducir la probabilidad de trastornos futuros o prolongados, especialmente en los niños. La colaboración entre el pediatra y los profesionales de salud mental ayuda a determinar el momento y la idoneidad de los servicios.
Por lo general, algunas intervenciones en la comunidad que no se tienen en cuenta en niños y familias que luchan por superar una perdida incluyen actividades positivas que permiten hablar de ello o suponen una forma activa de afrontar la pena.
Por ejemplo, enviar una tarjeta u ofrecer comida a los familiares del fallecido puede ayudar a los niños a aprender las normas de comportamiento y rituales sobre la aflicción y duelo y el apoyo mutuo. A menudo, resulta útil prestar servicios a la comunidad o hacerse miembro de organizaciones caritativas, como recaudar fondos en memoria del fallecido. Tras un desastre, los padres y hermanos mayores pueden donar sangre u ofrecerse como voluntarios para los trabajos de búsqueda y recuperación. Existen diversas asociaciones de apoyo al duelo. Muchos hospitales tienen sus propios grupos de ayuda y asesores. La participación en actividades constructivas contribuye a que la familia se aleje de la sensación de impotencia y desesperanza y facilita dar un significado a su pérdida.
Los servicios psicoterapéuticos de aflicción y duelo pueden beneficiar a toda la familia o a miembros individuales. Muchos grupos de apoyo o de autoayuda se centran en tipos de perdidas concretos (p. ej., síndrome de muerte súbita del lactante, suicidio, viudedad o SIDA) y dan la oportunidad de hablar con otras personas que han experimentado el mismo tipo de perdida. La terapia de familia, de pareja o individual puede ser útil, dependiendo de la naturaleza de los temas residuales. El tratamiento combinado funcionara bien en los niños o padres con necesidades cambiantes. Por ejemplo, un niño puede participar en terapia familiar para tratar la pérdida de un hermano y utilizar un tratamiento individual para abordar cuestiones de ambivalencia personal y sentimientos de culpabilidad relacionados con la muerte.
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