Hace unos meses, una de mis grandes amigas en el colegio en que trabajo, trajo unas crisálidas para mostrarle a los niños el ciclo de vida de la mariposa. Una de ellas no pudo liberar su alita a tiempo y quedó más arrugada que la otra. Así que entre algunas profes nos turnábamos para cuidarla y que pudiera volar cuando finalmente la estirara. Estando con ella mi salón, una de mis alumna me dijo que quería tener una mariposa de mascota en el salón.
A pesar de ser una gran amante de los animales, no la animé mucho, sino que me limité a explicarle que las mariposas por ser animales silvestres, no podían estar en nuesro salón. Me insistió por varios días y siempre le di la misma respuesta.
No me esperaba que a los pocos días llegaría con una mejor idea. Se tomó el trabajo de investigar que animales pueden ser considerados como mascotas y cuáles de ellos podrían estar en un salón de clase. Así que me dijo que ya que no podían ser mariposas tuviéramos un hámster.
Viéndola tan entusiasmada acepté su propuesta, pero con unas cuantas condiciones: primero, ella tendría que gestionar todo el permiso en el colegio para poder tener las mascotas; segundo, el salón tendría que comprometerse con el cuidado de las mascotas y todo lo que implica tenerlas.
En este punto ya comenzó a gustarme la idea, pues vi como podría servirme para enseñarles a los niños muchas cosas sobre la verdadera tenencia de una mascota y además motivar la disciplina, como una colega me sugirió una vez.
Mi alumna conversó con la directora de escuela, quien le dijo que tendría que hablar con la rectora. Para seguir sorprendiéndome, sin cinco de pena se dirigió inmeditamente a su oficina para solicitar el permiso, el cual fue aprobado, con la condición de que hubiera ciertos compromisos de todos los niños, tal y como yo había pensado.
Me comunicó muy contenta la noticia y me dijo que ella hablaría con todos para que se hicieran los compromisos. Al día siguiente, cuando entré al salón, encontré una cartelera escrita por ella en la que se resumían los compromisos que adquirirían:
- No gritar pues los hámsters se pueden asustar y morir.
- No correr porque los podemos tumbar.
- No distraernos en clase con ellos, sino en los tiempo que debe ser.
- Turnarnos en recreo y en los fines de semana para cuidarlos.
- Limpiar la jaula y darles la comida.
Aún no habíamos comprado los hámsters y yo ya había sacado una grande lección para mi vocación como profesora: creer en los niños. Esta aluma se encontraba tan motivada con este proyecto, que ella con la ayuda de sus amigas se encargó de todas las diligencias que fueron necesarias, sin que yo, como su profesora, tuviera que interceder en absolutamente nada.
A partir de ese día, comencé a delegar muchas de las responsabilidades de la vida diaria en un salón, que solía pensar que ellos no podrían hacer bien. Pegué dos afiches gigantes en los que juntos escribimos las diferentes cosas que tenemos que hacer en un salón: pasar la asistencia, actualizar el calendario, recordar las tareas que tienen, velar por el orden, repartir libros, repartir exámenes, cuidar la planta y además las nuevas responsabilidades que venían con los hámsters: limpiar la jaula, servirles la comida, cambiarles el agua, llevarlos a casa los fines de semana.
Una vez más, muchos de los niños me han sorprendido por la forma como se apersonan de las responsabilidades que se les asignan. Así que, aquí va la primera enseñanza que me ha traído educar con mascotas: confiemos en los niños y en todo lo que pueden hacer cuando se cree en ellos y se les pone un proyecto en las manos.