Me llamo Virginia, tengo 38 años, a punto de cumplir 39. Soy la esposa de Rolando, la mamá de Catalina, una hermosa nena de 5 años y la mamá de tres yorkies locos.
Me llamo Virginia y quiero tener otro bebé. Sí, a pesar de la tremenda chamba que eso implica, a pesar de las malas noches, a pesar del riesgo que puede significar un embarazo a mi edad, a pesar de que nuestra economía no es la mejor, a pesar de que tenga que sacrificar lo poco de decencia que le queda a mi piel y a mi cuerpo, sí a pesar de todo lo que esto pueda acarrear y que en este momento te estás imaginando, sí, quiero tener otro bebé.
Es algo inexplicable, siento que me falta algo (o alguien), es como que una fuerza que viene desde el fondo de mi corazón y de mis entrañas, me dijera que es ahora o nunca. Y sinceramente pienso que con mucha suerte podrá ser ahora. Ya no soy una jovencita en edad fértil, tengo mis años encima. Si tengo un hijo ahora, cuando tenga 60, él tendrá recién 21. De todas mis amigas soy la que más vieja ha tenido una hija. La mayoría ya tiene dos o tres y recién tienen 29 años.
Mi primer embarazo me abrumó, no sólo por las complicaciones que tuve y con las tantas visitas a emergencia que hice a la clínica durante los casi nueve meses que tuve a mi bebé en la panza. Por más que leí y me informé sobre la gestación, el parto, la lactancia y la crianza, debo ser honesta y decir que tener a mi Cata me sobrepasó. Yo que soy bien chancona, pensé que estaba lista y que sería la mejor madre que ella pudiera tener. Hoy, luego de 5 años, puedo decir que me equivoqué por completo. Nunca estuve preparada para todo lo que se me vino y estoy segura que lo mismo le ocurrió a Rolando. Nuestras vidas se pusieron de cabeza, todo fue un caos, muy a parte de no saber qué hacer con la bebe, no contábamos con el apoyo de ningún familiar que nos supiera orientar la mayoría del tiempo. Las clases de psicoprofilaxis y todos los libros y artículos que leí no me sirvieron de nada. Esta impotencia se sumó al hecho de enfrentarnos a una realidad más dura aun, todo mi tiempo, mi vida, mi sueño, toda yo le pertenecían ahora y al 100% a mi hija. Por un tiempo Rolando se quedó sin esposa y yo me quedé sin Virginia. Me convertí en mamá de Catalina, esa era mi única faceta. Y es así como poco a poco fui aprendiendo a ser mamá, a escuchar mi instinto, a conectarme con mi hija, a conocerla y a crear un maravilloso vínculo con ella. Nunca me había sentido tan cansada en mi vida, ni tan inútil, ni tan torpe, ni había tenido tantísimo miedo. Tampoco había sentido tanto amor por alguien, ni había sido tan feliz en toda mi existencia.
Durante el primer año de vida de mi Cata hicimos lo que pudimos y más. Cuando nos preguntaban ¿para cuándo el otro?, ni siquiera teníamos la necesidad de mirarnos en complicidad ya que al unísono respondíamos con un tajante NO, sólo nos quedamos con ella. Con el paso de los meses, fui leyendo más, conocí más a profundidad todo el tema de la crianza respetuosa y sobre cómo integrar la vida sustentable en el día a día, escuchaba más a mi instinto y dejaba de lado de los comentarios y las críticas a mis decisiones como mamá de la Cata. Me sentía más mujer, más madre, más humana y al mismo tiempo más divina. No sé si habrán sido los problemas que tuve con la lactancia o el carácter tan fuerte de mi hija y mi poca capacidad de lidiar con este nuevo rol que recién me sentí un poco cuajada como madre y sentí ese vínculo con ella a partir del año y medio. No sé si habrá sido esta nueva seguridad la que hizo que se activara mi reloj biológico, pero secretamente desde hace más de tres años que deseo tener otro hijo. Y al margen de mi deseo, creo que tener otro hijo podría beneficiar a mi Cata, ya que tendría compañía y nos completará como familia.
Últimamente tanto Rolando como yo hemos estado haciendo muchas bromas al respecto. Sé que él también quiere lo mismo que yo, pero tiene miedo ya que es el único sostén de la casa y nuestra situación económica no es la ideal. Por ese motivo, habíamos pospuesto la búsqueda en más de una oportunidad hasta que saliera tal proyecto o hasta que paguemos tal deuda y así han pasado años. Obviamente la más ilusionada es mi Cata, se muere por ser la hermana mayor y tener un hermanito a quien cuidar.
Pero debo ser totalmente sincera, también siento que estamos muy bien como estamos. En este momento vivimos tranquilos, tenemos hábitos establecidos, dormimos cómodamente y de corrido. Mi Cata ya está grande y eso me alivia un montón y en todo sentido. Si nos quedáramos sólo con ella tendríamos también una buena vida, ella tal vez tendría más posibilidades, ahorraríamos, podríamos irnos de viaje a Disney el próximo año y todo seguiría igual de bien...pero como dice el conocido meme de la Rana René, este sentimiento rápidamente "se me pasa" y vuelvo a sentir que alguien nos falta.
A veces pienso, el tiempo es ahora, los momentos perfectos los creas tú, si sigues esperando a que llegue la oportunidad puedes desperdiciar una vida entera, tenemos que hacer que el momento ideal llegue.
O tal vez no.
Estoy en el limbo de la indecisión.