Así podría resumir mi estado: “Hace tres meses que nació Pingüinito. Y desde que lo parí estoy como una cabra”.
El parto fue divertido pero también muy duro, ¡menos mal que tuve un matrón que me lo hizo bastante llevadero! Además estuve charlando por twitter con algunos de vosotros
Bueno, no todo el rato: se me acabó la batería y con los nervios y la emoción no había llevado el cargador del móvil, que estaba en la habitación.
A partir de ahí me fue muy difícil conectarme, porque de golpe tuve que hacer mogollón de cosas y (ahí, si eres madre probablemente me entenderás) la manera en la que me afectaron ciertos acontecimientos (no todo fue bien) bloqueó mi capacidad de comunicarme eficientemente.
Sinceramente, me invadió cierto tipo de locura. Pero para que lo entiendas tengo que hacer un flashback y empezar desde el principio
Es el día 21 de marzo de 2017. Sobre las diez de la noche Papá Pingu y yo vamos al hospital para que me provoquen el parto.
Las enfermeras me monitorizan para ver si tengo contracciones. Las tengo, así que me dicen que no hará falta provocarme el parto. Que mañana veremos si he dilatado.
Nos suben a la habitación. Intento dormir durante un buen rato, estoy nerviosa pero el cansancio hace mella y acabo cayendo en un profundo sueño.
El 22 por la mañana
Me ducho y me siento a esperar el desayuno. En vez de eso viene un chico con una silla de ruedas y me dice que me va a bajar ya, que coja lo necesario para nosotros y el bebé.
Le digo que no he desayunado (ahora en retrospectiva me suena raro, ¡en ese momento pensaba más en el desayuno que en parir!)
Pero a pesar de mi exigente estómago me siento en la silla de ruedas y, seguida de Papá Pingu que carga las cuatro cosas que llevábamos, empezamos la aventura.
Me tumbo en una camilla para que me monitoricen las contracciones. Las hay, pero no las noto. Se oye el corazón de Pingüinito, estamos todos emocionados.
Papá Pingu me expresa su preocupación sobre nuestros perros. Mi hermano se ha puesto enfermo, y no puede ir a cuidarlos como habíamos pactado.
El matrón mira mi dilatación y me dice que aún hay para rato. Le digo a Papá Pingu que vaya a casa a cuidar de los perros.
Me miran el azúcar y estoy a 60, ¡muy bajo! Me ponen un gotero con glucosa. Pienso en el desayuno que no he tomado y me hago a la idea de que lo he perdido, es un desayuno que se ha ido, que no volverá pero que siempre estará en mi corazón
Empiezo a notar las contracciones, me hace ilusión. Son molestas, pero no dolorosas. Y significa que se acerca el momento crucial.
De vez en cuanto el matrón entra y ve cómo va la cosa. Es un hombre simpático, que irradia pasión por su trabajo. Mientras, como tengo el móvil a mano, me dedico a twittear y a leer blogs para ponerme al día.
En un momento dado, el matrón viene a romperme las aguas. Cuando eso ocurre siento que lo estoy inundando todo con un líquido caliente. Me dice que las aguas son claras, buena señal. Cuando se va, yo sigo mojando la camilla. Me siento algo incómoda.
De repente, siento una contracción y muero de dolor. Cuando vuelve el matrón me pide que aguante, que va a pedir que vengan a ponerme la epidural.
Me cuesta mantenerme quieta cuando tengo una contracción, así que me concentro mucho para no moverme mientras me clavan la aguja. Se me hace eterno, pero en realidad son unos segundos, y ahora ya tengo otra vía que me sale de la espalda.
Siento un cosquilleo caliente por las piernas. La anestesia hace efecto prácticamente de inmediato. La sensación es muy agradable. De repente, viene una contracción, pero ya no siento dolor. Doy las gracias por vivir en el primer mundo, y en el siglo XXI.
A la vez, pienso en todas aquellas que, por necesidad o por convicción, paren sin anestesia y me parecen mujeres muy valientes.
A partir de este momento vendrán a sacarme la orina, ya no soy capaz de controlar la micción. De vez en cuando me cambian la compresa, ya que aún expulso líquido amniótico. Aún me sorprende: ¡Cuánto líquido había ahí dentro!
Hablo con Papá Pingu por teléfono. Le explico la situación, él aprovechará que está en casa para comer, volverá a sacar a los perros, y volverá a primera hora de la tarde.
Yo voy dilatando un centímetro por hora. Según el matrón es normal, al ser primeriza será un parto lento.
En algún momento se me pasa el efecto de la anestesia. Lo digo y vienen a ponerme más, esta vez a través de la vía. Las contracciones son muy dolorosas.
Papá Pingu ha llegado, me explica lo que ha hecho, le pregunto sobre el paseo con los perros. Charlamos un poco, intento mantener el optimismo, todo parece ir bien, aunque lentamente.
Papá Pingu sale a por un café y a fumar. Yo preferiría que no lo hiciera pero pienso que es mejor que esté fresco que a que se agote mentalmente y le entre ansiedad. Porque lo voy a necesitar al máximo en unos momentos.
Vuelve a pasarse el efecto de la epidural, si antes moría de dolor pues ahora moría de un dolor más fuerte. ¡Increíble! Yo que había dado por hecho que ya había sentido el máximo de dolor
Papá Pingu flipa de verme así. Se me acaba la batería del móvil, él se ofrece a ir a buscar el cargador a la habitación, una voz gutural sale de mí: “¡Ni se te ocurra irte ahora!” y la verdad es que no tiro el móvil contra la pared porque me contengo.
Así que a partir de este momento estoy desconectada de las redes sociales.
Vuelven a ponerme la epidural. Es algo que ocurre cuatro o cinco veces, cada hora y media aproximadamente. Cada vez que se me pasa el efecto de la anestesia siento el dolor más fuerte que antes.
Tengo que pujar en las contracciones, lo hago aproximadamente durante un par de horas.
El tacto indica que estoy dilatada, sin embargo hay que corregir la posición del bebé, parece que está inclinado de manera que la cabeza choca con el hueso. Me pide que me tumbe de lado para que la gravedad ayude.
La anestesia ha pasado y noto un dolor muy intenso en el pubis. El matrón intenta ayudarme con la gestión del dolor, me indica que haga respiraciones profundas, pero la verdad es que me cuesta mucho seguir instrucciones con este dolor.
Estoy agotada. Física y mentalmente. Pienso en tirar la toalla y pedir una cesárea pero hay algo dentro de mí que me hace seguir intentándolo. Aun así cada vez me es más complicado.
Viene el doctor y me dice que me renuevan la epidural y que pronto pasaremos a la sala de partos.
Estoy emocionada pero también acojonada: no me siento capaz.
(Continuará)
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