¿Te has perdido algo? Esta es la continuación de esta entrada
Cuando ya has parido sientes que has hecho la parte más difícil. Pero luego viene el postparto y tu vida acaba patas arriba.
Estoy en la habitación con Papá Pingu y Pingüinito. Llegan visitas: mi suegro y mi cuñada. Están muy contentos, les explicamos todo. Yo estoy en una nube, aunque me piden que descanse, que debo estar agotada, no noto ningún cansancio pero aún no me puedo mover de la cama. Mi cuñada me trae un bocadillo de fuet a petición mía, soy adicta al fuet.
Una vez han visto al bebé, que me lo acababan de traer del control del azúcar, pido que me lo pongan en el pecho. Él está desnudito y parece que está muy a gusto. Papá Pingu aprovecha que han llegado para volver a casa a pasear y dar de comer a los perros y de paso se lleva el gorrito que le habían puesto al nacer, para que lo huelan y se vayan familiarizando con él.
A mi suegro le molesta que el niño esté desnudo y me dice que lo vista. Le digo que no me puedo mover, que Papá Pingu no está, etc. Es muy difícil tratar con él, es de esas personas que dan órdenes y esperan que se cumplan. Papá Pingu me había dicho que no me preocupara por su familia, que él se encargaba, pero no está aquí y yo no estoy para discusiones.
Le doy la razón para no oírle más, pero le pongo excusas. Aun así no para de insistir, hasta ordenarme que llame a la enfermera para que lo vista. A mi me parece mal, pero lo hago porque no soporto que me grite más. Es una de las cosas de las que me arrepiento pero se me están despertando mis partes y empiezo a notar la episiotomía y los puntos, no quiero lidiar con tantas cosas a la vez. Preferiría estar sola pero no quiero conflictos.
Llega la enfermera y me pregunta si no quiero seguir con el método canguro. Tengo ganas de gritar que sí, que solo quiero estar sola con mi bebé, en cambio le digo que necesito descansar y tener a Pingüinito vestido y en la cuna. Creo que en mi mirada se empieza a notar mi conflicto interior.
Llega otra enfermera y echa a todo el mundo fuera. La miro como si fuera una deidad, me dan ganas de ponerle un altar y montar una secta que la adore. Me explora los bajos y me dice que todo está bien. Me hace una limpieza y me cambia la compresa. Me siento un poco inútil pero como me han dicho que no me mueva pues ahí sigo, inmóvil como una estatua.
Vuelven a entrar. Han hecho fotos al bebé y el móvil de mi suegro no para de pitar. Son los whatsapps de la gente que le contesta. Llegan las enfermeras y me traen una bandeja con un bocadillo de jamón serrano, un zumo y un agua. Me dicen que ya puedo comer si me siento lista pero que lo haga poco a poco.
¿Lista? ¡Llevo horas muriéndome de hambre! Pero tengo que ser prudente. Me incorporo un poco y le doy el primer bocado al bocadillo, pero en vez de sentir una satisfacción inmediata como esperaba, me da un mareo importante. Llamo a la enfermera para preguntar si es normal y resulta que lo es. Debo tener paciencia e ir comiendo poco a poco, así que muy a mi pesar dejo el bocadillo aparcado y pruebo con el zumo. Parece que me sienta mejor.
Papá Pingu me llama y me dice que llega enseguida y a la vez las visitas deciden irse. Respiro aliviada.
La enfermera que me cambió la compresa vuelve a venir y me pide que me levante para ir al baño y lavarme en el bidet. Intento hacerlo pero al incorporarme vuelvo a marearme. Parece que le molesta, pues ella se lo pierde, ahora ya no le monto ninguna secta. Me lava en la cama con la cuña y me dice que a la próxima me lavo yo, como si fuera una amenaza a una niña caprichosa.
Llega Papá Pingu y volvemos a ser una familia feliz. Por fin me termino el bocadillo y pienso que todo ha terminado, pero no tengo ni puñetera idea, en realidad todo acaba de empezar.
(Continuará)
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