Voy a ser directa. El secreto para ofrecer la mejor educación a tus hijos es conocerte a ti mismo. ¿Por qué? Pues porque los niños nos hacen de espejo, un espejo claro y nítido, y si no te conoces (y aceptas y aprecias), rechazarás radicalmente todas aquellas características y conductas que tus hijos te muestren, culpándolos de aspectos que en realidad no son más que tu proyección.
Los niños vienen a este mundo a enseñarnos muchas cosas sobre nosotros mismos. Si estamos abiertos a la experiencia, tras convertirnos en padres y madres podemos descubrir muchas cosas de nuestra personalidad que no conocíamos antes, cualidades, emociones, necesidades. (este es un tema que trato más profundamente en Completamente mamá). Algunas de estas cosas nuevas que descubrimos puede que no nos gusten nada, a veces conectamos con nuestro lado más oscuro. Es lo que se conoce como “la sombra”.
Cuando los niños tienen conductas que no nos gustan y nos irritan muchísimo es necesario que nos preguntemos por qué nos molesta tanto esa conducta, puesto que con seguridad es una característica propia que rechazamos o reprimimos en nosotros mismo y no logramos aceptar. Todo lo que vemos en los demás, que no aprobamos o incluso juzgamos está dentro de nosotros también, si no fuera así no podríamos verlo. Proyectamos en los demás aquello que rechazamos en nosotros. Y también ocurre lo mismo con aquellas cualidades que admiramos de otras personas; están dentro de nosotros aunque quizás dormidas o poco desarrolladas. Toda relación es un baile de espejos.
No somos conscientes de todo esto pero es así. Las relaciones personales son un espejo dónde mirarnos y conocernos, y la relación que mantenemos con nuestros hijos trae un aprendizaje en este sentido espectacular.
Normalmente no nos sentimos mal SÓLO por lo que alguien ha hecho o ha dicho, si no porque eso que ha hecho o dicho nos conecta con algo más profundo, algo que rechazamos de nosotros mismos, o que reprimimos y nos morimos de ganas de dejar salir, o algo que no logramos perdonarnos o quizás que nos despierta algún miedo desconocido. En cada conflicto nos acompaña una emoción que no deseamos sentir. No nos atrevemos a permitirnos sentir lo que sentimos, nos da miedo, creemos inconscientemente que no deberíamos sentirlo, y entonces ponemos en marcha un mecanismo de reacción que pretende eliminar de nuestra experiencia presente, dicha emoción; QUE SE ESFUME DE NUESTRO INTERIOR y si es posible, que no vuelva a aparecer.
Todos tenemos nuestros miedos o heridas emocionales, vengan de donde vengan, su origen no importa y ni si quiera se trata de descubrirlo, lo importante es que en esos momentos de conflicto con lo que está sucediendo, se despiertan emociones en nosotros que están esperando ser aceptadas, ser observadas, ser acogidas. Emociones que se rechazaron en nuestra más temprana infancia y que llevan años queriendo salir a la luz para que las aceptemos y las amemos profundamente.
Algunas conductas o actitudes nos despiertan el dolor y el miedo. Miedo a no ser queridos, miedo al abandono, sentimiento de no ser importante, miedo a sufrir, complejo de no ser suficientemente buenos Sea cual sea nuestro miedo o herida del pasado, cuando sentimos enfado o resentimiento o miedo por algo que ha sucedido o que sucede en el mundo, estamos conectando sin darnos cuenta con nuestra herida, la actitud o la situación sólo nos la “recuerda” y abre una vía de salida a aquella emoción retenida. Cuando no tomamos conciencia de esto lo que ocurre es que seguimos rechazando la emoción ,seguimos tapándola, seguimos dándole mil vueltas a la cabeza para averiguar el modo en que podemos solucionar dicha situación, hacer que el otro cambie, enderezar la conducta de los niños, etc….pero en el fondo, lo que buscamos cuando queremos que el otro no se comporte como se comporta, es no sentir esa emoción, no exponernos a ese malestar.
Los niños, con todas sus conductas que “nos sacan de quicio”, pueden ayudarnos a conocer nuestros miedos y heridas y al conocerlas tenemos la oportunidad de poder superarlos o sanarlas si, simplemente si aceptamos la emoción.
Lo único que necesitamos aceptar es la emoción que EN ESE MOMENTO estamos sintiendo, no lo que nos ocurrió en nuestra infancia, ni los porqués, ni quién lo hizo…. Para esto es necesario encender la luz de nuestra conciencia y darnos cuenta de la emoción que está aflorando. De lo contrario, no podemos ver nada.
Gracias a los conflictos y a los momentos complicados que vives con tus hijos puedes aprender mucho de ti misma/o y puedes ir acogiendo emociones rechazadas y reprimidas, puedes soltar lastres, puedes aceptarte tal como eres y comenzar a vivir respetándote y queriéndote verdaderamente. Y esto, amor, es lo mejor que puedes hacer en tu vida y lo mejor que puedes ofrecer a los demás. Esta es la mejor educación que puedes dar a tus hijos: Tomar conciencia, conocerse y aceptarse a uno mismo.
Si ponemos consciencia en qué hay en la conducta del niño que tanto nos molesta, poco a poco, conflicto tras conflicto obtendremos una respuesta profunda, sentida, intuitiva, no racional… y sanaremos. Nos amaremos.
Esto no sólo ocurre con los conflictos con los niños, quienes no tienen hijos también tienen conflictos con otras personas: pareja, familiares, compañeros de trabajo, amigos, con las injusticias en el mundo…. Cualquier conflicto con cualquier personas es una magnífica ocasión para aprender acerca de ti mismo/a:
¿Qué es lo que te ha molestado? ¿Qué te ha llamado la atención y no te ha gustado? ¿Qué es lo que juzgas en el otro?
Utiliza todos los conflictos como un espejo para mirar en tu interior porque, posiblemente, esto que rechazas del otro forma parte de ti en algún nivel y necesitas aceptarlo y aprender a quererlo tal y como es.
¿Estás preparada/o para quererte a ti misma/o?
Un abrazo.
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