Como sabéis, soy profesora. Y aunque española de nacimiento, soy profesora de inglés. Por eso, cuando me quedé embarazada de mi primer niño, me planteé lo del bilingüismo. Me entraron millones de dudas e inquietudes, y miedos, y vergüenzas, y… Bueno, todo eso que te entra ante las decisiones importantes con respecto a la educación de tus hijos. Hoy las comparto con vosotros, por si os encontráis en la misma situación. Espero que sirva para aclararos las dudas y ayudaros a tomar una decisión.
Por supuesto, como lectora obsesa que soy, leí muchísimo sobre el tema. Y, como ser humano que soy, de lo que más me acuerdo es de los problemas que muchos compartían. Muchos logopedas y lingüistas afirman que los niños educados en más de un idioma, tardan más tiempo en aprender a hablar porque “su mente tiene que organizar el lío que tiene montado”. Otro de los problemas que muchos padres compartían era que sus hijos entendían todo en ambos idiomas, pero que se expresaban sólo en uno, por mucho que se esforzasen. También los había que afirmaban que sus hijos habían aceptado la situación de bilingüismo hasta cierta edad (al rededor de los 5 años) y que después se habían negado en rotundo a hablar uno de los dos (casi siempre aquél que no era el establecido allá donde vivieran -en mi caso, el inglés), y que incluso lo habían llegado a rechazar de forma muy negativa.
Como comprenderéis, todos estos problemas (y muchos otros que no eran tan relevantes) no ayudaban a que me decidiera hacia el bilingüismo. Tampoco los propios miedos como el de “¿y si aunque lo diga de forma correcta no lo digo como lo diría una nativa?”, “¿y si me miran raro por hablar en inglés por la calle, en el súper, en la urba..?” “y si estoy restándole a mi hijo afecto por no ser mi idioma materno y no saber expresar mis sentimientos por él?”
Afortunadamente, le pedí consejo a uno de mis compañeros del colegio. Él era nativo en inglés y había educado a sus hijos en bilingüismo en España. Me dijo que sus hijos eran completamente bilingües, y que jamás había tenido ninguno de los problemas que a mí me atormentaban. “Ya, pero tú eres nativo y yo no. Es como engañarles…” Y entonces me hizo una pregunta: “No crees que para ellos sería una enormísima ventaja hablar inglés como lo hablas tú sin que ello suponga esfuerzo alguno?” Pues la verdad es que sí. Él me aseguraba que jamás había tenido problema alguno, pero que tendría que siempre hablar a mis niños en inglés. Si los niños te miran y saben que han de hablarte en inglés y miran al otro padre y saben que han de hablarle en español, nunca se harán un lío. Aquél día tomé la decisión.
Como yo jamás había hablado en inglés con un bebé, ni me habían enseñado nunca vocabulario relacionado con ese mundo, tuve que ponerme muy al día con nuevas palabras que iban surgiendo día a día (bendito Wordreference), con canciones y cuentos y expresiones infantiles (¿cómo narices se decía “pupa”? ¿y qué utilizaban en vez de “cura sana, culito de rana”?¿Y “buenas noches que sueñes con los angelitos”?). Seguro que no siempre he utilizado las mismas expresiones que hubiera utilizado una mami nativa, pero… ¿y qué? Y, es verdad, al principio tienes inseguridades y te da algo de vergüenza hablar, reñir o cantar a grito pelado en inglés; pero al final, si tienes clara la meta, todo merece la pena y la vergüenza se te pasa cuando algunas madres se te acercan para comentarte “la suerte que tiene tu hijo”, “lo bien que habla tan pequeñito en inglés” o “ojalá yo me hubiera animado a hacerlo”. De hecho, hoy en día hay muchísimos padres que les hablan a sus hijos en otro idioma aunque no sea el suyo propio. ¡Olé por ellos!
Con respecto a los problemas acerca de los que había leído… Tan sólo os puedo contar mi experiencia con mis dos niños, muy distintos en cuestión de desarrollo y personalidad. Mi hijo mayor comenzó a hablar antes del año. Entendía y se expresaba en ambos idiomas sin problema. Claro que los mezcló cuando tan sólo balbuceaba palabras sueltas, pero en cuanto empezó a hablar y mantener conversaciones dejó de hacerlo. Os puedo asegurar que no tiene ningún tipo de carencia emocional por ello, porque el amor se demuestra y no se habla necesariamente (un abrazo o una mirada de apoyo es mucho más importante y verdadero que muchos “te quiero”). Y a día de hoy, camino de los siete años, nunca me ha pedido que no le hable en inglés ni se ha sentido diferente por ello.
Mi hija empezó a hablar algo más tarde, igual que empezó a andar o a comer sola más tarde. Entiende a la perfección tanto el español como el inglés, y se expresa cada vez mejor en ambos, si bien es cierto que tiene preferencia por el paterno. Tampoco tiene carencias afectivas, ni ve ninguno de los idiomas como superior o inferior. Utiliza uno u otro según lo que le convenga y con quién esté.
A modo de reflexión diré que, después de haber leído mucho últimamente acerca del bilingüismo, de sus ventajas e inconvenientes, de sus defensores y detractores, y de sus efectos a largo plazo; como madre os tengo que confesar que estoy completamente convencida de que tomé la decisión correcta. Creo que les estoy dando un par de alas extras con las que volar hacia su futuro, y creo que ellos sabrán valorarlo cuando todo les sea más fácil por ello.
Y como siempre hay alguien que lo ha hecho mejor que tú, os dejo las palabras de un filósofo alemán que resumió todo esto en una frase:
“The limits of my language mean the limits of my world”, Ludwig Wittgenstein