Nuestro valor no reside en nuestras capacidades
Mi hermana María tiene doce años, tiene síndrome de Down y es una de las mejores cosas que me han pasado en la vida. Tiene una capacidad muy superior a la del resto de entender y disfrutar. No lo es porque sea una persona muy apta, al contrario, no sabe ni multiplicar. Lo es porque me recuerda continuamente mi valor, porque está constantemente recordándome el sentido de las cosas. Y no lo hace dándome un gran discurso con muchos argumentos lógicos y convincentes, sino que me lo recuerda viviendo, como es ella.
Mi hermana María estará siempre detrás del resto en cuanto a capacidad intelectual, no es capaz de hacer una ecuación, de leer un libro de mil páginas o de jugar al voleibol, ni lo será nunca. Esto me recuerda, que una persona no vale lo que sea capaz de hacer, porque entonces ella valdría muy poco, y ya digo que no es así. Ella ha entendido muchas cosas que yo jamás entenderé. Por ejemplo, hace tres años murió mi tío. Fue muy repentino, yo estaba con una amiga en la playa y cuando volví ya había muerto. A María no le dijimos nada, pero como es de esperar ella preguntó por él. Mi prima le explicó que estaba en el cielo, con Jesús. Ella lo pensó un momento y dijo: “ah” y ya está. No preguntó más. En ese momento me di cuenta de que lo entendía mucho mejor que yo, que no necesitaba que nadie le explicara nada más, para ella estaba todo claro, estaba en el cielo y punto. Y no es que no tuviera conciencia de ello, porque ella te sigue contestando que está con Jesús y que no hay por qué llorar.
Ella vive tranquila, sin prisa, jamás se agobia por nada. Yo soy todo lo contrario a ella, me pongo nerviosa, grito, lloro, me desespero, me emociono con cosas que no son importantes, olvidando lo que realmente lo es. Pero cuando esto me pasa, la miro a ella, porque ella no olvida nunca lo importante. Por ejemplo, hace unos días yo estaba agobiada estudiando porque no me daba tiempo a terminar un trabajo, y de repente me acordé de lo que me había dicho María, que fuera a verla a la cama. María me lo dice cada día desde que no duermo con ella, a veces voy y a veces no. Eran las dos de la madrugada, ella estaba durmiendo. Fue sólo mirarla y entender muchísimas cosas. Para empezar, ella no estudiaba y era feliz. En ese momento pensé, “¡pero qué gilipollez, Elena, si ella es y será siempre incapaz de hacer el trabajo que tú estás haciendo, y en cambio ella es feliz! Duerme tranquilamente”.
Ella como es, durmiendo, me hizo entender que yo no estaba hecha para sólo estudiar, sin sentido, que no podía ser, que la felicidad te la tenía que dar otra cosa. Sin embargo, cuando no tengo ganas de estudiar voy y le digo a María: “tengo que estudiar”, y ella siempre me contesta: “pues estudia hermana”. Entonces me voy contenta, porque ella me ha dicho que lo haga. Cuando no puedo más me dice: “no estudies”, y ya está. Me lo dice con una seguridad, una sencillez y una conciencia de lo que dice, que lo hago. La verdad es que leyendo lo que he escrito, podría parecer que estoy loca, pero no es así.
Me fío de mi hermana por cómo me mira. Poca gente me ha mirado como ella lo hace, sin juzgarme lo más mínimo. María me abraza siempre, independientemente de que yo le haya gritado tres segundos antes. Me abraza con una paciencia y un amor con el que nadie lo hace. Un día, yo discutí mucho con mi hermano, y lloré muchísimo, de esto que te agobias y no puedes respirar, entonces fui a ver a María y me abrazó, me dio un beso y me dijo: “hermana, yo te quiero” y ya está, no me preguntó nada.
María es mi provocación diaria y así es como se ha convertido en mi autoridad.
Diciembre 2010
Elena Castaño García
Ingeniera de Energías