La historia de mi parto

MC34

Llegó un momento durante mi embarazo en el que empecé a visualizar cómo sería el día que diese a luz. Y fue entonces cuando me formulé las clásicas preguntas: ¿cuando empezaré a notar las contracciones? ¿serán muy dolorosas? ¿podré soportar parir sin epidural? ¿anestesia sí, anestesia no? ¿y si rompo aguas en casa? ¿llegaré a tiempo al hospital?
Un detalle que para mí fue importante para tomar consciencia del día del parto fue cuando mi ginecólogo, el doctor Francesc Fargas, me entregó el plan de parto, compuesto por varios folios con preguntas y casillas que tenía que marcar. Te plantea cuestiones como por ejemplo, en qué posición quieres dar a luz, si te gustaría escuchar música durante la fase de dilatación, o si vas a pedir que te administren un enema. Como tenía algunas dudas, lo que hice fue llevármelo a una de las clases preparto y comapartirlo con mis compañeras y con los matrones.
La cuestión fue que mi plan de parto se fuese al garete. Y eso fue así porque acabó siendo un parto inducido, algo que en ningún momento me planteé el día que rellené las casillas. Antes de entrar de lleno en el relato sí que quiero puntualizar algo. No tenía ningún miedo a parir. En las clases preparto a las que asistí, alguna vez había venido alguna madre a explicarnos cómo habían sido sus partos y al oír cosas del tipo ‘me desgarré y me tuvieron que poner más de veinte puntos’ o ‘estuve 36 horas de parto, casi mato a alguien del dolor que tenía’ las caras de pánico inundaban la sala. A mí  no me afectaba en absoluto, algo que a día de hoy aún me sorprende. Y de hecho, afronté el parto con una tranquilidad pasmosa.
Llegué al Hospital acompañada por mi pareja a las 19 horas. Era viernes, 5 de diciembre. Me tenían que repetir una ecografía que me habían hecho dos días antes, en la que Gala estaba en una posición que no permitió medirla bien. En esa ocasión el peso resultó estar por debajo de los parámetros normales (percentil por debajo de 3) teniendo en cuenta mi estado de gestación que ya era de 39 semanas. Pero como esos resultados no eran del todo fiables, me propusieron volver a repetir la prueba, ya advirtiéndome que si se confirmaban, la recomendación era provocar el parto. Y se confirmaron. Lo que sucedía es que Gala se había estancado de peso, y a pesar de que todo indicaba que le llegaba el alimento a través de la placenta, no podían asegurar al 100 por 100 que no hubiese ningún problema. Es lo que se llama un CIR, Crecimiento Intrauterino Retardado. Por eso, mi ginecólogo me insistió en que el protocolo aconsejaba la inducción y de esa manera, una vez fuera, se podría controlar el buen crecimiento del bebé.
En un primer momento me entristeció la idea de no ponerme de parto de manera natural, pero al final y después de darle muchas vueltas, tanto mi pareja como yo llegamos a la conclusión que lo más importante era que Gala estuviese bien, y si había algún riesgo de que no lo estuviese, por muy mínimo que fuera, tenía que hacerle caso mi ginecólogo, que al fin y al cabo era en quién había confiado durante todo el seguimiento del embarazo, a pesar de que no fue él quién me asistió en el parto.
Así que después de la eco de ese viernes 5 de diciembre, me dirigí a urgencias para solicitar el ingreso. ‘Hola, buenas noches, vengo a parir’. Exactamente esa fue mi frase. Me sentía contenta porque al fin y al cabo ya iba a nacer mi hija. Incluso esa misma mañana había ido a la peluquería porque quería estar estupenda para conocer a Gala. Ya en la habitación, me vinieron a buscar para llevarme a la sala de partos y empezar el proceso de inducción al parto. Eran las 20.30h. Tras monitorizarme y comprobar que no había ni rastro de contracciones, me pusieron prostaglandinas en el cuello del útero para madurarlo. Se aplican con una especie de tampón y hay que dejarlo actuar 12 horas. Así que lo siguiente que hice fue regresar a la habitación, cenar e intentar dormir hasta la mañana siguiente. Bueno, esto último fue imposible porque a las dos de la madrugada aproximadamente empecé a notar contracciones. Tumbada, el dolor era más intenso así que me pasé toda la noche caminando por la habitación, ya con la vía puesta y con el suero.
A las 9 de la mañana volvieron a bajarme a la sala de partos para evaluar en qué punto estaba. La ginecóloga que me asistió, Stefanie, me dijo que seguía estando muy verde y que me dejaría las prostaglandinas actuar un par de horas más, antes de empezar con la oxitocina. A todo esto yo ya tenía unas contracciones bastantes dolorosas. Para sobrellevar el dolor usé una pelota de pilates, y también me agarré a mi pareja o incluso bailé con él (eso me lo recomendó Carles, mi matrón durante el curso preparto). A pesar de ser un parto inducido y de estar todo el rato monitorizada, siempre tuve libertad de movimientos.
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A las 14h, ya con la oxitocina puesta, y tras doce horas de dolores y de ver las estrellas cada vez que la ginecóloga me hacía un tacto, decidí pedir la epidural. Apenas había dilatado un centímetro. Ese fue para mí el peor momento del parto, porque me sentía cansada y también frustrada porque estaba medicada hasta las orejas, y la cosa no avanzaba.  Ya con la anestesia, me relajé por completo. Fue como una descompresión. El dolor desapareció y pude incluso dormir un par de horas, mientras mi pareja veía en la televisión un partido de segunda división (Numancia-Llagostera, nunca me olvidaré). Ese descanso fue básico para afrontar el periodo expulsivo con energía.
A las 16h entró en la sala Stefanie a comprobar como iba todo y me dijo sonriendo: ‘Sonia, ya has borrado el cuello del útero. Has dilatado tres centímetros. Ahora sí te has puesto de parto’. Tras esa exploración, me rompieron la bolsa, y una hora más tarde, ya estaba de siete centímetros. La comadrona me dijo que era el momento de empezar con los pujos. Cuando venía la contracción, entonces empujaba. Pasado un rato, ya había dilatado diez centímetros, el máximo. ‘Gala ya está pidiendo pista de aterrizaje’, dijo la ginecóloga. Me puse muy contenta porque al final todo estaba yendo más rápido de lo que creía. Volví a empujar. Mi pareja ya le veía el pelo. Tras un descanso, llegó la tercera tanda de pujos. Ya sería la definitiva. ‘Sonia, ya casi está, pero vas a desgarrarte, voy a hacerte un pequeño corte, solo serán 2 puntos. ¿Cómo lo ves?’ Asentí. Entonces vino el último empujón. ‘Gala ya está aquí’. Y me la colocaron encima de mi pecho, para hacer el piel con piel. Eran las 19.30h de un 6 de diciembre de 2014. Recuerdo que tenía los ojos muy abiertos y que no dejaba de mirarme. Mi pareja a mi lado no dejaba de llorar. Como hicimos donación del cordón umbilical, a Gala se lo cortaron antes de que dejara de latir. Mientras esperábamos a que me subieran a la habitación, mi pareja estuvo haciéndonos fotos, instantáneas que solo han visto nuestro círculo más íntimo. No hicimos ninguna con los teléfonos móviles porque de esa forma podríamos preservar al cien por cien la privacidad de ese momento. Al final Gala pesó 2,560 kg y midió 45 centímetros. El pediatra me dijo que era pequeñita pero que estaba muy proporcionada, y que estaba completamente sana.
A pesar de tener un parto provocado y por consiguiente, intervenido y medicalizado, siempre sentí que fue respetado. Durante la dilatación pude moverme y utilizar la pelota de pilates como había dejado por escrito en el plan de parto. Me pusieron la epidural cuando yo la pedí. Cada vez que iban a realizarme un tacto o en el momento que me rompieron la bolsa, me explicaron todo antes de hacerlo esperando mi consentimiento. También sucedió lo mismo cuando me hicieron la episotomía. Stefanie Redón la ginecóloga que me asistió en el parto, fue un encanto en todo momento, y vino a verme al día siguiente a la habitación, cuando acabó su guardia. La comadrona, tenia un carácter más seco, pero siempre estuve dispuesta a ayudarme en lo que necesitase.
Lo mejor de todo fue que en el momento de nacer Gala la tuve inmediatamente en mis brazos y pude hacer el piel con piel durante sus tres primeras horas de vida. Durante todo ese tiempo no se despegó de mi pecho ni un momento y pude empezar con la lactancia. Incluso antes de llevársela para limpiarla y vestirla, también su padre pudo hacer el piel con piel. En todo momento mi pareja estuvo conmigo, bueno, menos cuando salió a comprarse un bocadillo :-), así que los dos pudimos disfrutar de esa experiencia, inolvidable y única.
♦ Di a luz en en el Hospital Universitari Dexeus de Barcelona y me asistió la ginecóloga Stefanie Redon Flitz.
♦ Las fotografías son de María Cano y forman parte de una sesión que me hizo un mes antes de nacer mi hija.

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