El tema de la migración en Venezuela es junto a la política, la inseguridad y la escasez el pan nuestro de cada día, nos lleva horas de conversación en donde quiera que vamos. Ya sea que estemos en una reunión de amigos, nos encontremos en una farmacia, en un supermercado, reparando el carro, en la panadería, fiestas infantiles, reuniones de amigos; se ha convertido en mucho más que un comentario, es nuestra manera de hacer terapia grupal como población, como ciudadanos, como hermanos de una tierra de la que seguimos hablando como si con eso la mantuvieramos retenida aquí, sosteniendo aquello que ya sólo va quedando en nuestros recuerdos pero nos negamos a toda costa a dejar atrás. Un país que se ha ido desvaneciendo frente a nuestros propios ojos y del que decimos a diario, antes no era así y pedimos que sea como era antes. Pero antes de que? Antes de que muchos creyeran que la solución de un país corrupto era un hombre hecho mesías, que solucionara de un plumazo todas las deficiencias que existen en nuestra sociedad? Antes que muriera Chávez y ganara Maduro? Antes que iniciara la escasez? Ante de que?
Estábamos acostumbrados a dar, a acoger, a hospedar, un país amante de recibir en su seno seres de todos los confines de la tierra, que al llegar aquí hallaban paz y prosperidad. Dónde está? Dónde quedó? Existe aún?
Hay versiones, miles y miles de versiones, análisis formales y populares de la situación, hemos perdido y recuperado el derecho a opinar, hemos perdido y ganado muchas cosas en estos años que para los entendidos de los procesos sociales tiene una gran cantidad de componentes que los simples mortales ignoramos.
Y en toda esta vorágine de sentimientos, se ha ido incrementando a pasos acelerados la opción real de iniciar una nueva vida en tierras lejanas. Pero no como nuestro país vecino donde la migración siempre ha sido buscando oportunidades económicas y era cuestión de pasar la frontera de forma legal o casi siempre ilegal y buscarse la vida. Los venezolanos que se van llevan temor, muchos miedos y una decisión casi obligada a dejar el país, se van creyendo que van a regresar victoriosos cuando la situación política cambie, cuando el chavismo salga del poder, cuando algún día después de tantas decepciones, finalmente triunfe; de tantas veces de ir a votar y perder, de ir a votar y sufrir en lo más profundo esa tristeza inmensa que te golpea el alma y te hunde hasta lo profundo de una depresión colectiva de la que salimos alimentando esa esperanza que permanece allí, inquebrantable como la única cosa que queda de ese país que quedó atrás en el camino pero seguimos sosteniendo intacto en el recuerdo.
Huimos a diario, cada uno a su manera, de esta realidad que preferimos sepultar, cubrir y disfrazar a toda costa para poder seguir adelante, cuando golpea nos quejamos y con eso paleamos el sentimiento de impotencia, pero cuando recuperamos fuerzas seguimos adelante luchando entre hacer la cola para conseguir lo que necesitamos, trabajar, comprar mas caro aquello que no podemos comprar pero necesitamos o simplemente prescindir cada vez de más y más productos desaparecidos de los anaqueles comerciales. Y así nos debatimos entre la lucha por la supervivencia y un sentimiento de querer salir corriendo y no parar hasta llegar a puerto seguro. Muchos en una posición inmoladora declaran que aquí mueren con las botas puestas, y como literalmente sucede a diario en Venezuela, decenas de personas por causas violentas, es una realidad que todos tenemos un ticket ganador, sólo es cuestión de esperar a quien le toca. El año 2014 Venezuela quedó en segundo lugar como el país con más muertes violentas después de Honduras, 82 por cada 100 mil habitantes.
Evidentemente son más los que se quedan que los que se van, pero quienes se anotan en ésta aventura lo hacen sin saber cuál será realmente el final de esta historia. Sólo queda ponernos en manos de Dios y repetir una y mil veces aquella frase tan usada:“no hay mal que dure 100 años ni cuerpo que lo resista”.