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En el camino, admiraba la maravillosa vista. ¡Ojalá el viaje no se terminara nunca! Aunque, por el bien de sus alitas, lo mejor era que si terminara.
¡Estaba tan emocionado! Este era su primer migración a zonas más cálidas. Desde que había salido de su cascarón en aquel nido, había soñado con ese momento.
Allí, donde había nacido, lo esperaba la niña cuya ventana daba al árbol dónde estaba su nido. Aquella niña que siempre le decía que se deleitaba con su canto.
Le había prometido que volvería de su larga travesía. Y ella le había prometido que lo estaría esperando.
Volvería, claro que lo haría. Después de todo, promesa hecha, jamás desecha.