Mami, 'maburro'

Hoy ha sido festivo local y Pititi (mi bebé gordito) y yo, acostumbrados a pasar las mañanas viviendo nuestro amor, hemos tenido que compartir el día con Bubú y Piruleta.
Si hay algo difícil de conseguir es mantener a dos niñas de cuatro y tres ocupadas durante todo un día, sobre todo teniendo en cuenta que para ellas, el día puede comenzar a las 7 a.m. y sin un "ay". Por eso, como madre precavida que es una, me he armado de paciencia y de juegos, muchos juegos, porque si hay algo que mis hijas no pueden hacer solas es jugar (eso, e ir al baño, que sus cosas las hacen solitas, pero necesitan acompañante por aquello de charlar mientras obran en consecuencia).
Que, vamos a ver, tú las puedes dejar a ellas solas que jueguen, pero te arriesgas a 
a) que se maten entre ellas y b) que el huracán Mitch parezca una tormentilla de verano en comparación con cómo puede quedar el salón. Como ambas posibilidades me ponen los pelos de punta, generalmente trato de ir buscándoles ocupaciones, a ser posible que requieran la menor cantidad de trastos posibles. Porque esa es otra, si tú las dejas a su aire, son capaces de montar una ciudad entera con su casita, su clínica veterinaria, su cocinita, su supermercado y todos los escenarios que puedan ustedes imaginar, independientemente de que tengan los cacharros apropiados o no, porque a imaginación no hay quien las gane.
Total, que después de haber hecho puzles de Sofía y de Frozen, jugado al dominó de las princesas, hecho pulseras y visto dos o tres películas, ha llegado la temida frase: "mamááááá, estamos aburriiiiiidaaaaaasssss". Y ahí tienes dos opciones: hacerle caso a la malamadre que todas llevamos dentro (sí, todas, tú también) y decirles, "pues que os den morcillas ya, que me tenéis hasta el moño", y la otra, la de madre abnegada, dulcérrima, amorosa, que es decir, "vamos a hacer algo muy chulo, ¿vale?". Aunque no nos engañemos, esta última opción muchas veces la escogemos por no correr los riesgos de muerte y destrucción de los que hablaba en el párrafo anterior. Que somos buenas, pero no tontas.
En fin, una cosa ha llevado a la otra y al final hemos acabado montando un salón de belleza para muñecas-princesas, que yo no sé que tienen estas princesas Disney que es sacarlas de su caja y convertirse en Amy Winehouse después de dos días de fiesta. Vamos, algunas podían albergar a una familia de piojos en la melena sin problema ninguno. Y oye, se han quedado niqueladas, ni que las hubiera cogido Llongueras por banda...


La técnica ha sido la siguiente: desenredado con cepillo, lavado con champú de niños, remojado con agua y suavizante de la ropa, cepillado y secado al aire. En las que tenían el pelo liso, hemos usado la plancha del pelo, al mínimo y muy, muy rápido, porque como te pases un pelín, te quedas sin pelo y sin plancha.
Y con la tontería, las niñas han estado toda la tarde entretenidas y hemos ordenado todas las princesas. Eso sí, ahora me toca pasar la escoba y la fregona por el comedor, porque seremos un salón de belleza de alto standing, pero cochinas también somos un rato.
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