Mucho antes siquiera de plantearme tener un hijo, conocí un gimnasio especializado en enseñar a flotar a bebés. En aquel momento decidí que, si algún día era madre, mi bebé aprendería a defenderse en el agua desde bien chiquitito, sin dejar tiempo de que el miedo se hiciera presente en su mente. Y lo he cumplido. Llevamos una semana tomando contacto con el agua, los dos juntos, poquito a poco.
Los beneficios de la matronatación son innumerables (trataré de resumir lo fundamental), pero no solo pretendo evitar futuros miedos, que juegue y vaya familiarizándose con el ejercicio físico. También quiero que sepa flotar. Nunca pensamos que puedan ocurrir ciertas cosas, pero cada año (y éste especialmente) conocemos casos de pequeñines que por un descuido han fallecido ahogados. Según los expertos bastan 30 centímetros de agua y un par de minutos para que un bebé se ahogue. No quiero ni pensarlo. Siempre creemos que es imposible que un pequeñín que apenas gatea (o que apenas anda) pueda caer al agua, pero ya lo creo que es posible. A los hechos me remito. Y, aunque vaya a estar con mil ojos siempre que estemos cerca de una piscina, quiero que sepa salir a flote él solito. Que sepa cómo hacerlo. P
or esta razón, no me he conformado con los cursos de matronatación que son cada vez más habituales en los polideportivos municipales. Estos últimos, muy útiles también, pretenden de forma lúdica que los pequeños descubran y disfruten del agua mientras ejercitan su cuerpo y su mente. Pero no simulan situaciones de riesgo, ni les enseñan a mantenerse a flote sin ayuda. Al menos, en los que yo conozco. En el siguiente video podéis ver lo que pretenden conseguir los cursos como el que estoy haciendo con mi peque. Pero ojo, ese es el resultado final. El proceso es muy lento, muy cuidadoso. Es fundamental que el bebé (el mío aún no ha cumplido 5 meses) no se asuste. Que cada día vaya dando un pasito más, pero ninguno en falso. Y, por supuesto, siempre está en el agua con su madre o con su padre, dándole toda la confianza del mundo.
El día que fui a matricular a mi enano en el curso pude presenciar varias clases de chiquitines "veteranos" en matronatación. El monitor les daba volteretas, buceaba con ellos en los hombros y les lanzaba al agua desde el borde. Ellos conseguían ponerse boca arriba y flotar. He de confesar que me agobié al imaginar a mi pequeño en esa situación, pero todo se andará. Por el momento, se ha metido conmigo al agua y ha recorrido la piscina una y otra vez apoyado sobre mi hombro.
Ahí estamos los dos chapoteando.
Hasta ahora, no se ha quejado para nada y si le pongo de frente a mí, se parte de la risa. Y después del agua, cae rendido de sueño. Pero la matronatación no es solo cuestión de supervivencia. Los bebés tienen gran cantidad de reflejos que les permiten adaptarse al medio y los van perdiendo a medida que pasan los meses. Por eso, desaprovecharlo y reducir sus experiencias a los cuatro lados de su cuna o del carrito supone limitar su desarrollo físico e intelectual.
El ejercicio en el agua permite a los pequeños un desarrollo psicomotor más rápido ya que, bebés que no caminan, descubren que pueden moverse, empiezan a percibir las distancias y alcanzan una mayor coordinación. Refuerzan la musculatura de espalda y cuello, de modo que consiguen mantener la cabeza y espalda erguida más rápidamente. Además, el modo en que respiramos dentro del agua fortalece su corazón y sus pulmones.
Los expertos aseguran que también se fortalece su sistema inmunológico y que los pequeños que se familiarizan con el agua en sus dos primeros años de vida, serán adultos más creativos y observadores porque logran una percepción mayor del mundo que les rodea. También fortalecen su relación afectiva con nosotros, sus padres, que vivimos junto a ellos esta nueva experiencia. En algún momento se sentirán en apuros, verán que son capaces de resolverlo y conseguirán una confianza en sí mismos que difícilmente pueden lograr de otro modo a edades tan tempranas.
Pero ojo. Nuestros peques son aún muy delicados. No les vale cualquier piscina. Debe estar al menos a 32 grados (a la que vamos nosotros está a 34). Su nivel de cloro no puede superar el 0,6%, cuando las piscinas normales de adultos suelen alcanzar el 1%. Nunca deben compartir el vaso con otros bañistas y es preferible evitar horarios en los que haya mucha gente en el recinto debido al ruido que se genera.
Por el momento, estoy muy contenta con la experiencia. Os iré contando nuestros avances y espero haber contribuido a que más gente se anime a enseñar a sus peques a disfrutar del agua sin riesgo.