Hace ya tiempo que tengo asumido que empiezo a ser más vieja que joven. Ahora que mis años basculan peligrosamente hacia los cuarenta dejando lejos el inicio de los treinta, que las canas son cada día más visibles haciendo juego con las arruguillas de mi cara bonita, sólo faltan mis enanos con sus palabras raras para concluir que, efectivamente, soy del siglo pasado.
Desde que nuestro querido Ratón Pérez entró a hurtadillas en la habitación de mi pequeño gran hombre y le dejó unos paquetillos de cartas de Pokemon, el número de las mismas ha aumentado en tal tamaño que, los Reyes Magos, que por algo les llaman magos, se percataron y le regalaron una fantástica caja donde acumular tal ingente cantidad de targetitas.
Lo malo es que mi enano se ha abducido del mundo pokemiano y últimamente me habla muy raro.
- Sabes mamá, es que Charizar es una involución de Dragonai y claro, tiene el poder del fuego.
- ¿Perdón? ¿Me hablas a mí?
- Siiiii. Es que, ¿sabes qué pasa? que Pikachu, que es amigo de Assh, cuando involuciona, se vuelve más fuerte y puede luchar contra Resilan.
- Ahhhhh (me rasco la oreja a ver si es que no me llegan correctamente las ondas sonoras)
El pobrecillo me mira con cara de decepción, pensando, seguramente, que su madre no está a la altura.
- Pero mamá, ¡¿tú cuando eras pequeña no veías los Pokemon?!
- Uy no, en mi época (mal empezamos la frase), veíamos la Heidi, Candy Candy...
Ante su morrito arrugado, dejo de listar mis series preferidas de la infancia.
- ¡Jo! Pues que rollo ¿no?
La verdad es que los dibujos los vio uno o dos días de casualidad en los escasos minutos que le dejo ver la televisión el fin de semana pero desde entonces que las cartas de todos esos bichejos raros son imprescindibles para él. Supongo que como lo eran para mí los cromos coleccionables de la pobre japonesita enamorada de Anthony.
Terminado su intento de conseguir que mamá hable su mismo idioma, continúa revisando una a una las decenas de cartas que su mano no puede sostener pero que se conoce al dedillo.