No le diga a mi hijo "ven conmigo que te voy a dar caramelos"

No le diga a mi hijo “ven conmigo que te voy a dar caramelos”. Por mucho que crea que es un comentario inofensivo. Por favor, no se lo diga. Estas mismas palabras he pronunciado hace unos minutos, no muchos, inmediatamente antes de llegar a casa. Aunque estoy segura de que no se pronuncian a menudo. No tantas veces como realmente quisiéramos, por prudencia, por educación, por respeto. Porque las palabras que desencadenan este tipo de respuestas suelen ser pronunciarlas adultos, personas mayores a quienes creemos que no debemos dejar en evidencia por su edad. Pero llega un momento en la que una decide plantar cara a esas cosas aceptadas socialmente que les dicen a los niños por la calle, inocentemente. Decirle a un niño “ven conmigo que te voy a dar caramelos” es una costumbre más vieja que el hilo negro. Pero esas palabras puede guardar consecuencias negativas que los adultos que las pronuncian no tienen en cuenta. Venía yo caminando con mi bebé de camino a casa cuando una mujer mayor le ha dicho “anda, ven conmigo que te voy a dar caramelos”. Mi bebé es un bebé, valga la redundancia, y como tal un ser inocente que no conoce la maldad humana. Ni se la imagina. Así que, si alguien le habla dulcemente, con buenas palabras, ¿por qué va a desconfiar?. La miró e hizo el gesto de darle la mano. Y la mujer me dijo, orgullosa, “mira, si se va con cualquiera”. Con cualquiera no se va. Se va con usted, que se está dirigiendo a él. “Ah, pues claro, se va con cualquiera, míralo”. Se siente orgullosa de llevar la razón. “Anda, vente conmigo que te voy a dar unos caramelitos”, y hace como que se lo lleva, sin querer llevárselo, claro, pero como enseñándome que se lo lleva. Juro que hasta el momento siempre he sido paciente y prudente en este tipo de situaciones, que si bien he intentado cortar rápidamente, nunca he querido llegar a la impertinencia. Pero ya no. Ya no estoy dispuesta a seguir permitiendo que se acostumbre a los niños a engaños peligrosos, como si éstos no tuvieran consecuencia, como si solo fueran bromas inocentes. “Por favor, no le diga a mi hijo que le va a dar caramelos para irse con usted”. La señora ya se quedó cortada, porque no se esperaba. ” Pero mujer, si es de broma, no pasa nada, no me lo voy a llevar”. “Usted puede que no, pero quizás otra persona sí. Hay que educar a los niños, y diciéndole usted que le va a dar caramelos hace que el niño se confíe, y se vaya con cualquiera que le ofrezca caramelos. Así se llevan a los niños, señora, y luego nos lamentamos. Y hay que educar a los adultos y que aprendan a tratar a los niños, que no se les puede ir engañando como si no pasara nada, porque sí pasa. Así que no le diga a mi hijo que se vaya con usted ofreciéndole caramelos, por favor”. La mujer se ofendió muchísimo, cómo osaba decirle yo semejante cosa. Y fui correcta y educada, aunque cortante, pero claro, no entendía mi reacción. Es la realidad. Hemos permitido durante demasiado tiempo que los adultos tomen el pelo a los críos con supuestas bromas inocentes. Les hemos otorgado tácitamente el derecho a tomarles el pelo como si no pasara nada. Nos hemos negado el derecho como madres y padres a replicar dichas acciones, por respeto porque no hay maldad real detrás de ellas. Incluso más de una vez habremos hecho la misma broma a otros niños. Pero hay bromas que pueden acabar muy mal. Porque el día que una o un degenerado que quiera llevarse a mi bebé le hable con palabras amables, si mi bebé está acostumbrado a que desconocidos hagan eso, se irán tranquilo. Porque una vez le dijeron algo similar delante de su madre, y su madre lo permitió. Y no quiero que mis hijos engrosen la negra lista de niños desaparecidos , no si puedo evitarlo. Y porque, qué narices. Es una falta de respeto a los críos. Una falta de respeto monumental. Es más fácil si en vez de tener que ir educando yo a mi hijo, que ya lo hago y  no es excluyente, y previniéndole, los adultos nos dejamos de decir estas gilipolleces. ¿Qué ganas, qué? ¿Reírte del crío? ¿Reírte de la madre? ¿Aportas algo bueno y/o positivo con tu puñetera broma? Pues entonces, cállate y déjate de engañar a los críos con chantajes. Porque si hay consecuencias lamentables, te echarás las manos a la cabeza, pero el daño ya estará hecho, cuando se podría haber prevenido. Hay que educar, tanto a niños como adultos, educar para prevenir. Lo de los caramelos en el fondo es simbólico. Quien dice caramelos, dice cualquier cosa que llame la atención a las criaturas. Mis hijos mayores les ofreces caramelos y es como si les ofrecieras un ladrillo, vamos, que no les tientas. Te van a decir que no. Quizás ni te contesten, a riesgo de ser maleducados. Por pura precaución, prudencia y desconfianza. En ellos confío más porque cada día de nuestra vida les digo y les repito que nunca jamás deben confiar en un adulto extraño, hombre o mujer. El bebé no sabe ni lo que es son los caramelos. Pero es un bebé inocente, bueno, simpático, cariñoso, que hace con todo el mundo. Si le haces el amago de cogerle en brazos o darle la mano, se va contigo. No tiene motivos para desconfiar. Pero no son los caramelos, es el ofrecer algo para que se vaya contigo. No, nunca, jamás, Es una broma que no tiene sentido, que se basa en el abuso de confianza del adulto sobre el niño, que hace a los niños confiados y vulnerables ante situaciones similares con peligro real detrás. Que yo se que esa señora no se lo iba a llevar. Pero si mi bebé ve que la señora le regala el oído y yo le sigo la […]

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