¡Hola a todas!
Sí, habéis leído bien el título del post. Ya sé que suena un poco raro, pero hace tiempo que tenía este tema en borradores y hace relativamente poco recibí el mail de una lectora del blog en el que me pedía mi opinión sobre poner pendientes a las niñas. Resumiendo, ella me planteaba la duda de hasta qué punto podíamos los padres imponer algo como los pendientes a nuestras hijas; algo de lo que ellas no habían decidido, y qué diferencia había entre decidir ponerles pendientes a decidir la ropa que les ponemos.
Bien, el tema da para mucho y lo que a mi me gustaría exponer hoy son mis opiniones acerca del tema y la decisión que finalmente tomamos. Que ya veréis que no tiene ni pies ni cabeza (las hormonas me traicionaron…)
Cuando yo estaba embarazada y supimos que esperábamos una niña, surgió la pregunta de: ¿le pondréis pendientes? En ese momento yo lo tenía muy claro: no quería tomar esa decisión por ella. Supongo que mi propia experiencia me condicionaba y es que mis padres no me hicieron agujeros en las orejas, hasta que yo un día se lo pedí. Y recuerdo perfectamente el día que los pedí (que fue porque todas las compañeras de clase los tenían y yo también quería), y recuerdo como fui con mi madre a escoger los pendientes y a hacerme los agujeros. Lo curioso de todo esto es que nunca he sido una chica de llevarlos. He tenido épocas que más, épocas que menos… pero por mi profesión y ahora como madre he considerado que era más cómodo no usarlos. Y por supuesto, por las noches se me hacía incomodísimo con lo que siempre me los sacaba y no siempre recordaba volvérmelos a poner.
Total, que con todos estos argumentos os podéis creer que me fue fácil convencer al amore de que no le pusiéramos pendientes. El caso es que una vez hubo nacido Valentina, a él, le hacia muchísima ilusión, me decía que estaría tan bonita, que si esto, que si lo otro… yo estaba de bajona total y fue una guerra que decidí perder. Hay veces que hay que ceder y por supuesto habían cosas más importantes en la educación de Valentina, en las que estaría segura que no querría ceder, así que en ésta lo hice.
Me arrepentí en al segundo que sonó el primer clac. Su cara me encogió el corazón. Quién diga que no sienten el dolor se autoengaña. De hecho hace relativamente poco leí un artículo de Armando Bastida en el que hablaba concretamente de esto, de que los bebés si sienten dolor, y lloran. No lloran del ruido sino del dolor. Lo que pasa es que no pueden decírnoslo.
Después de ponérselos me venían todos mis argumentos en contra: que si no dormirá a gusto, que le molestaran, que no se sentirá cómoda… Total, que a la primera que se le infectó uno de los agujeros fue la excusa perfecta para sacárselos definitivamente.
Ahora, si volviera a tener una hija no se los pondría desde un principio, y a mi lista de argumentos añadiría el de la igualdad. Es decir, ¿por qué nos planteamos si ponerle o no agujeros a una niña y en cambio si tenemos un niño ni tan siquiera se nos pasa por la cabeza? Sólo por esto, ya no lo haría. Si queremos conseguir una sociedad igualitaria y no sexista, creo que se empieza por pequeños pasos así que ése será el mío.
Y por último, y contestándole a la chica que me escribió. Sí, por supuesto que nosotros los padres condicionamos a nuestros hijos y tomamos decisiones por ellos, empezando por el nombre que le ponemos. El nombre ya transmite mucho, su significado, aquello que proyectamos, lo que esperamos de él… El nombre lleva de la mano una serie de connotaciones que se pueden ver como el primer regalo, pero a la vez como la primera condición. Y como éste, un sinfín de ejemplos: la ropa, los colores, la habitación, los juguetes…
Está claro que todo gira entorno a unos valores que como familia queremos transmitir, así que como siempre os digo, pienso que no hay decisiones correctas o incorrectas, si no que la buena decisión es aquella que hacemos convencidos, la que hacemos porque sabemos lo que significa y no la hacemos “porque así se ha hecho toda la vida”.
¡El debate está servido!