Artículos atrás, en un post en el que reconocía abiertamente nuestra nueva faceta de drama papás en potencia, ya dejé caer sibilinamente el tema de los pendientes. A sus 14 semanas de vida, nuestra pequeña saltamontes sigue sin lucir agujeros en las orejas. Y es posible que esté algunas semanas más (o incluso años) sin tenerlos. El papá en prácticas y la mamá jefa se debaten día sí y día también entre el sí y el no. Y mientras se dirime esa encarnizada lucha interior de ambos, el ‘no’ gana tiempo aprovechando su ventajosa posición inmovilista.
A favor del sí está el potente lobby de las abuelas, bisabuelas y tía-abuelas. Un grupo de presión en toda regla, capaz de rebatir con datos (ciertos o no, eso da lo mismo) cualquier argumento en contra que planteen los padres. Su poder económico les permite comprar a tíos y primos con suculentos regalos, así que la presión se redobla por momentos. En nuestro caso, el argumento que nos empuja hacia el sí es que muy posiblemente, cuando empiece el cole y Mara vea a todas sus compañeras con pendientes, ella querrá hacerse unos. Y entonces hacerse los agujeros le dolerá lo mismo que ahora, sólo que la experiencia la recordará con más viveza durante mucho tiempo. Y por el contrario, siendo todavía una bebé (como pudimos comprobar tras las primeras vacunas), se olvidan de cualquier dolor al minuto de haberlo sufrido.
Apoyando al no nos hemos quedado más solos que la una. A esta posición se aferran dos argumentos. El primero es el terror de la mamá jefa a hacerle daño a su pequeña fofucha (La pobre quedó traumatizada para siempre tras las vacunas). El segundo es nuestra teoría (ya aplicada en nuestra negativa a bautizarla) de dejar decidir a Mara. Que sea ella, llegado el momento, la que decida si quiere ser cristiana, musulmana, budista o ferviente seguidora de la cienciología. Que sea ella y no nosotros quien decida, llegado el momento, si quiere agujerearse las orejas o no.
Últimamente, no obstante, en la cabeza del papá becario coge fuerza otro argumento a favor del sí. Y es que, según he podido comprobar, parece ser que sin pendientes en las orejas las bebés son chicos por naturaleza. En las últimas semanas hemos asistido a una conversación (o intento de ella) que se repite con frecuencia:
Persona desconocida: (Ve a la irresistible bebé y no puede contener su ansia por acercarse y toquetearla) ¡Ay! ¡Pero qué morritos pone! ¡Qué bonito está! ¡Qué lindo!
Papá en prácticas: Está para comérseLA… (Sonrisa de cortesía. Voz interior que grita: ¡BONITA! ¡LINDA!)
Y vale que nuestra pequeña saltamontes sea una rubia pelona. ¡Pero la llevamos vestida con flores, corazones y ropa de Hello Kitty (odio eterno a esta empalagosa gatita)! ¡En algunos casos de color rosa! ¿Qué más hace falta para que se aprecie con claridad que es una niña? Y tristemente sólo se me ocurre una respuesta a esta pregunta: Pendientes. Sin pendientes no hay paraíso.