En un país como el nuestro, cada vez más aconfesional, como demuestra el descenso sistemático en el número de bautizos, comuniones y bodas por la Iglesia (y pese al poder y la capacidad de influencia que sigue manteniendo la institución eclesiástica), no es de extrañar que los niños nos nazcan ya resabiados y desechen de buenas a primeras toda aquella literatura propia de la Biblia respecto a la creación del hombre. Ya sabéis, aquello de que Dios creó en el sexto día, antes de tumbarse a descansar, al hombre y, al verlo tan solo, decidió sacarle una costilla para crear a la mujer (Una donación de órgano que llamaríamos hoy en día). Adán y Eva les llamó. No sé si Dios tuvo tantos dolores de cabeza como la mamá jefa y un servidor para buscarles nombre. Y como fueron malos y comieron una manzana del árbol prohibido, los expulsó del paraíso (lo que me reafirma en que la falta de paciencia es algo inherente a la especie humana y que los castigos son un lastre que nos persigue desde tiempos inmemoriales) y los condenó a una vida de sufrimiento y a tener unos hijos que acabaron matándose entre ellos (Ay, Caín). Y así hasta hoy, que seguimos igual, amando lo prohibido y matándonos entre nosotros por nimiedades, con la única diferencia de que somos 7000 millones de personas más. Que se dice pronto.
En fin, que me pierdo entre la espesa vegetación del paraíso… Decía que hoy en día muchos niños nacen ya en familias como la nuestra, ateas, sin más religión que el amor que se profesan y sin más Dios que Messi, así que imagino que por váyase usted a saber qué razón oculta de la genética, los bebés empiezan a descartar pronto las explicaciones de la Biblia y se decantan por teorías más próximas a Wallace o Darwin. Puede que en este mismo momento estéis pensando algo así como: “Este tío delira”. Y no andaréis mal encaminad@s. Pero os juro que todo esto tiene una explicación. La imagen que abre el post, ese medidor con animales, tiene la clave. El vídeo que encontraréis al final del artículo os demostrará que, aunque puede que esté en camino, aún no estoy loco. Aún.
Resulta que estaba la mamá jefa el otro día repasando uno a uno los animales del medidor cuando Maramoto le desarrolló sin apenas hablar toda su teoría sobre la evolución de las especies. La pequeña saltamontes iba indicando uno a uno, con ruídos significativos o palabras, los animales que la mamá le iba señalando: tuga (tortuga) efante (elefante), jirafa, iiiiihhhhh (cebra reconvertida en caballo), león, guau (lobo transformado en perro)… Y entonces, cuando la mamá le indicó con el dedo el dibujo de un mono, Maramoto dijo: “¡Papá!”. Tócate
Como al principio pensamos que sólo había sido una casualidad, volvimos a repetir la operación varias veces y al llegar al mono, Maramoto exclamó una y otra vez “¡Papá!”. No, no se había equivocado. Para la niña su papá en prácticas es un mono. O al menos, un claro descendiente del mono. Que no sé que me hace menos gracia. Luego, para rizar el rizo, y como podréis ver en el vídeo que comparto a continuación, la pequeña saltamontes llevó más lejos su teoría sobre la evolución de las especies y decidió que su mamá era una loba (juro que nunca le hemos puesto la canción de Shakira y que no le hemos contado las leyendas que circulan alrededor de la fundación de Roma). Ella se autoproclamó rata, imagino que porque se ve pequeñita a nuestro lado y porque Frederick, el ratón creado por Leo Lionni, es uno de sus personajes literarios favoritos.
Mientras seguimos buscando explicaciones a la teoría destapada por Maramoto y pensando cómo es posible que de la relación entre un mono y una loba haya salido un ratón, nuestro árbol genealógico ha adquirido más sentido que nunca. Ahora un mono trepa por sus ramas, mientras una loba lo protege y una pequeña ratoncilla lo llena de vida
Esta semana en el Blog ‘La evolución de la especie humana según Maramoto’. Próximamente en sus pantallas.
Un vídeo publicado por Un Papá en Prácticas (@acordellatm) el