Mi hijo fue prematuro por un día. Algo que habría quedado en la anécdota, si no hubiera sido porque además tenía bajo peso por una preeclampsia que le había impedido desarrollarse al mismo ritmo que otro bebé de su mismo tiempo. Después de pasar cinco largos días (afortunadamente) en Neonatos, me puse en la piel de aquellos padres y madres que esbocé en el post Madres de incubadora. Haber sido madre de un bebé inmaduro y pequeñín, con su llanto inconsolable, tan pequeño que no tenía fuerza de succión y al que toda la ropa que teníamos preparada le quedaba monstruosamente grande me hizo ser la madre que ahora soy.
Vigilar que un bebé de menos de dos meses no llorara (¿cual no llora?) para que la hernia de su ingle no se complicara me hizo ser una madre mucho más nerviosa de lo que supongo que habría sido en otras condiciones. El esfuerzo titánico que hicimos su padre y yo por instaurar la lactancia nos forjó, como lo hacían aquellas cuatro horas que chillaba por las tardes sin parar y sin causa aparente, o el miedo atroz que teníamos a salir de casa en plenas Navidades y a que se pusiera enfermo. Y nuestra historia ha sido menos de una décima parte de lo que se enfrentan otras familias de grandes y pequeños prematuros a diario.
La prematuridad lo justifica casi todo. Que tu bebé lleve otra talla, que su desarrollo sea en algunos campos más lento, la inmadurez en algunas áreas… A punto de cumplir tres años, mi hijo sigue arrastrando la etiqueta de prematuro en el médico. ¿Pero hasta cuándo la va a llevar? ¿En qué momento se igualará al resto o el hecho de que haya nacido inmaduro deje de ser la causa? ¿Son marcas que quedan para siempre?
No sé si de haber nacido un mes más tarde y sin bajo peso mi hijo ya hablaría en dos idiomas, como los niños de su clase, en vez de recibir una atención especial para desbloquear el muro que le impide por el momento expresarse verbalmente. Nunca sabremos si de haber nacido en enero llevaría ya un tiempo controlando sus esfínteres y si habría sido más alto, cosas que no nos importan en absoluto, porque es sano y feliz. Porque sé que hay secuelas mucho más graves y bebés y niños que tienen un camino más largo que otros por recorrer, un camino que tenemos que recortar.
Lo que importa es que sigamos apoyándoles y que se sigan destinando todos nuestros recursos a ellos. A nuestro futuro. Porque cada vez nacen más niños prematuros, pero las complicaciones se van reduciendo y la fecha a partir de la cual se encuentra la tasa de supervivencia va bajando. Por nuestros pequeños valientes.
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