Existe el rosa palo, el rosa tenue, el rosa chicle, el rosa chillón... muchas gamas de rosas. Pero a mi me gusta el "rosa princesa". Me encantan las princesas, con sus vestidos inmaculados, sus manos en poses elegantes, sus largas melenas que peinas una y otra vez antes de recolocarles sus diminutas coronas.
Es cierto que en alguna ocasión he hablado del sexismo que existe en los juguetes y que ciertamente a veces no debería ser así. Pero, aix, la carne es débil y la niña que una lleva dentro no se puede resistir a esas lindas muñecas que corren por las tiendas de juguetes y los canales infantiles. Cuando a mi hijo le regalan juguetes me gustan, están bien, pero vaya, no me llaman demasiado. Esa pistola a lo Inspector Gadget o el amplio surtido de coches recién sacados de la pista de competición de Rayo McQueen y compañía, reconozco que no me atraen demasiado. Aunque juego con mi hijo, que no se diga.
Pero he de confesar que cuando llegan los regalos de mi pequeña princesa, valga la redundancia, me pongo más contenta que ella. Este fin de semana hemos celebrado su cuarto cumpleaños y entre la decoración plagada de princesas rodeadas de su rosa por todo el comedor y las susodichas envueltas en papel de regalo, la mamá de la criatura estaba más entusiasmada si cabe que la niña. Es que claro, como ella misma dice, "mamá, es que somos princesas". Pues sí, por qué no, en nuestro mundo lo somos, y a mucha honra.
Así que la estampa es de lo más cuando mi hijo no para de botar su pelota para encanastarla en el cubo de basura (decorado con el Rayo McQueen) mientras las princesas de la casa peinamos y vestimos una y otra vez a todo el elenco real de muñecas. (De tanto en cuanto también encesto yo alguna pelota, que no se diga tampoco).
Creo que si a mi hija le gustara jugar solo a pelota y odiara el rosa, se lo respetaría, igual que no me meto cuando mi hijo se pone a jugar con la cocinita de su hermana pero la verdad es que me encanta esta fase "rosa princesa" que estamos viviendo.