Como viene siendo habitual, Maramoto se pasó toda la mañana correteando de un lado para otro, hiper excitada por tener a tanta gente en casa, tirando de uno y de otro para llevarlos con ella a dar vueltas sin fin y sin destino aparente por el piso… Tanta actividad ininterrumpida acaba hasta con las pilas más duraderas del mercado, así que sobre las 15:30 horas de la tarde nuestra cumpleañera entró en un sueño profundo. Tanto es así que se pegó la siesta más larga que le recordamos. Eras las seis, teníamos a todos los invitados en casa, y la protagonista del día seguía durmiendo como si no fuese con ella. Es curioso, porque normalmente se despierta con el ruido de un alfiler golpeando en el suelo. Sin embargo, el sábado tenía a quince personas hablando en un salón al lado de su habitación y parecía inmune a cualquier tipo de ruido. Así es nuestra querida bebé
Finalmente, Maramoto se despertó. Pero cuando llegamos al salón quedó abrumada por la presencia de tanta gente. Y salió a relucir su lado más tímido. Andaba más hacia detrás (en busca de nuestras piernas) que hacia delante (eso cuando no se quedaba quieta buscando el equilibrio), miraba a todo el mundo con detenimiento y curiosidad y no regalaba una sonrisa ni aunque le fuese la vida en ello. Normal, por otra parte, cuando estás acostumbrada a pasar los días con tu papá y tu mamá y una tarde te levantas de la siesta y te encuentras el salón por el que normalmente correteas plagado de personas.
Así que en esas estábamos cuando antes de que nos diese la hora de la cena decidimos sacar la deliciosa coca de llanda que había preparado la mamá jefa para soplar la primera vela de nuestra pequeña saltamontes. Y fue ahí cuando ocurrió. Acercamos a Mara un trozo de coca con la vela encendida y entre todos empezamos a cantarle el cumpleaños feliz. En ese preciso momento ella se dio cuenta de que algo pasaba. Debió comprender que era algo especial y que ella era la protagonista, porque por un instante abandonó el shock en el que andaba sumergida y nos regaló una tímida sonrisa. Fue sólo un gesto fugaz. Una mueca que apenas duró un par de segundos. Pero todos los presentes percibimos la magia del instante. Quería dejarlo por escrito, aunque así cueste un poco más explicarlo, para no olvidar ese momento mágico nunca. A veces me gusta pensar que estos pequeños instantes mueven el mundo.
Tras soplar la vela y tal y como la casa se fue vaciando, Maramoto empezó a desperezarse y a sacar a relucir todo su repertorio de gateos, andares, gritos y sonrisas. Tanto fue así que eran casi las doce de la noche y no había quien la durmiese. Al parecer se había dado cuenta de que era su gran día y no quería que se acabase nunca.