Además de grandes momentos marcados en el programa de fiestas, como los gigantes y cabezudos, la procesión o los encierros, la fiesta está en la calle. Te la encuentras aunque no la busques: te tropiezas con ella en cada esquina y a cualquier momento.
Nos ha dado tiempo a huir de los kilikis y de admirar a unos gigantes agasajados con los chupetes de bebés que ya han dejado de serlo. Hemos tomado un vermú interminable, nos hemos chocado con las peñas y visitado a los toros en los Corrales del Gas, donde se les mira con pena y admiración y donde la envergadura de sus cuernos siempre sorprende.
Hemos paseado por las barracas (la feria) y nos hemos pateado, por supuesto, el lugar más centrado en los niños: Conde Rodezno y el Paseo de Carlos III, con sus músicos, bailarines, batucadas, artistas y teatro de calle.
Nos queda todavía ver los fuegos artificiales y disfrutar de uno de los momentos más mágicos y menos conocidos de las fiestas: el encierrillo. Ese momento para familias en el que se dirige a los toros desde los Corrales del Gas, donde descansan sin sobresaltos, hasta el corral desde el que empezarán a correr a las 8,00 de la mañana, puntuales, el encierro.
¿Alguien dice aún que no se pueden vivir estas fiestas con hijos?
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