Hace un par de semanas, en la pieza de Informativos Telecinco para la que me entrevistaron, la majísima periodista que vino a nuestra casa me preguntó si ser un padre comprometido y presente en la crianza de mi hija me había supuesto renunciar a determinadas cosas. Mi respuesta en aquel momento, totalmente espontánea, fue que “sí”, que había renunciado a cosas de la misma forma en que lo hacen las mamás. Luego, viendo la noticia montada durante la emisión del telediario, me chocó esa afirmación. Era como si no fuese mía, porque yo siempre he pensado que no renuncio a nada por estar más tiempo con mi hija, que elijo estarlo por encima de otras opciones. Y el matiz, aquí, no es baladí.
Porque la mamá jefa y un servidor (e imagino que la mayoría de padres y madres del mundo), cuando decidimos tener a Maramoto, no lo hicimos pensando en que íbamos a tener que renunciar a nuestras escapadas, a nuestras sesiones de cine y teatro y a nuestras plácidas noches, no. Fue una decisión en la que la pequeña saltamontes pasó a ocupar un lugar mucho más importante que cualquier otra actividad que hubiésemos podido realizar con anterioridad. Ella era nuestra elección, no el motivo de nuestras renuncias. Viéndolo de otra forma, la verdad, la paternidad hubiese sido complicada, porque en vez de en un motivo de felicidad, Mara se hubiese convertido en blanco de nuestras frustraciones, nuestra falta de tiempo y nuestro agotamiento. Y eso no sería justo.
De igual forma no he renunciado a un puesto de trabajo con horario de oficina, ni a tomarme una caña diaria con los compañeros del trabajo al finalizar la jornada, ni a irme de fiesta una vez al mes a rememorar las noches de los primeros veinte con una década más a las espaldas. No, no he renunciado a esas cosas. He elegido estar con mi hija, poder pasar más tiempo con ella, llevarla al parque, ducharme con ella, montar una torre gigante con piezas apilables, leerle un cuento, estar más presente, al fin y al cabo, en su día a día.
A veces, con la mamá jefa, nos gusta rememorar las ideas que teníamos sobre cómo iba a ser nuestra (m)paternidad durante los primeros meses de embarazo. Cómo íbamos a dejar a Mara con sus abuelos los fines de semana, cómo nos íbamos a dedicar una semana de vacaciones para nosotros mientras la peque se quedaba en Valencia con su abuelo molón y su abuela yeyi, cómo íbamos a intentar mantener nuestras escapadas semanales al cine y al teatro… Luego el embarazo fue siguiendo su curso y las ideas iniciales fueron cambiando hasta mutar por completo tras el terremoto vital que supuso su llegada al mundo, que nos sacudió hasta los cimientos, convirtiendo en ruina toda idea preconcebida. Quiero pensar que a eso es a lo que se refería el escritor francés Anatole France cuando afirmó, de forma alegórica, que “debemos morir en una vida para entrar en otra”.
El terremoto provocado por Mara nos sepultó entre los escombros de nuestras ideas para despertarnos en otra vida, en los mismos cuerpos de antes, pero con mentalidades muy diferentes. Hoy no nos imaginamos yéndonos de vacaciones sin ella. Es más, no queremos irnos sin ella. Nuestra sesiones de cine y teatro están ahora enfocadas a bebés. Y esperamos los fines de semana con ansia para poder disfrutar al máximo del tiempo juntos, los tres, en familia.
Y no, no hemos renunciado a nada por ello. Esa ha sido nuestra elección.
PD: Ya está a vuestra disposición, recién sacadito del horno, el tercer número de Madresfera Magazine. En él abordamos en profundidad en nuestro dossier central el acoso escolar, entrevistamos a Frank Blanco, hablamos de sexo en la paternidad, nos acercamos a los cuentos que normalizan la lactancia… ¡Todo eso y mucho más! ¡Pasen y lean!