Hace unas semanas, una tarde de éstas a 36º a la sombra, estaba en el parque con Mara y la pequeña saltamontes, como es habitual, empezó a jugar con un grupo de niños y niñas más mayores que ella. De repente, tras pasar por todos y cada uno de los columpios, todos fueron corriendo hacia una especie de 4×4 que se mueve simulando atravesar las dunas de un desierto. Una vez arriba fueron cogiendo sitio y Maramoto decidió irse a la parte delantera, porque a ella le gusta conducir. Entonces, confirmando que los parques son un lugar perfecto para un estudio antropológico y sociológico de nuestra sociedad, otra niña del grupo dijo: “No, tú aquí atrás conmigo, que las chicas no conducen”. “¡La virgen!”, se me escapó, a modo de vieja del visillo. Y le dije a Mara que si ella quería conducir, que lo hiciese, que las chicas sí conducen si quieren hacerlo. Como los chicos. Aunque la verdad es que tampoco hacía falta que le dijese nada. Sé de sobra que ella iba a seguir conduciendo.
Luego los niños siguieron jugando, como si nada, pero yo me quedé pensando en cómo una niña tan pequeña podía estar repitiendo ya, a su corta edad, estereotipos de otra época que quería creer olvidada. Y pensando pensando llegué a la conclusión de que esos estereotipos y esos micromachismos siguen ahí, por más que en casa intentemos luchar contra ellos a diario. El ejemplo nos lo ofreció otro día nuestra hija cuando la íbamos a vestir y le ofrecimos ponerse una camiseta rosa: “Sí, claro, porque yo me la puedo poner rosa, porque soy una niña”. Nos quedamos a cuadros. Ella, que ha tenido cosas rosas contadas; que ha vestido tanto de azul, como de amarillo, verde, rojo o rosa; que nunca ha escuchado decir de nuestra boca que tal o cual color es de niña y tal otro de niño. Sin querer señalar a nadie, la mamá jefa y servidor entendimos pronto de dónde había importado Mara esa frase. Y comprobamos, tristemente, que hay personas que influyen en nuestros hijos que siguen transmitiendo a los niños estereotipos que les limitan y que pueden afectar, más de lo que creemos, en su desarrollo. En cualquiera de sus niveles.
Curiosamente, porque estas cosas parecen así como caídas del cielo, un día después, en la sección ‘De mamás y de papás’ de El País, Clara Alemann, especialista en el diseño y gestión de programas de desarrollo social con una perspectiva de género, publicaba los resultados de varios estudios realizados en Estados Unidos (y completamente extrapolables a países como España) en los que se apreciaba como los estereotipos afectaban y limitaban el desarrollo de niños y niñas. Así, según escribía Alemann citando a The New York Times, “los padres y las madres americanos buscan con mayor frecuencia (que a la inversa) en Google cosas relacionadas con la inteligencia de los hijos varones y sobre la apariencia de sus hijas mujeres”.
A los seis años, según Clara Alemann, las niñas “suelen haber internalizado los mandatos y mensajes recibidos a través de las pautas de crianza y comprenden claramente que su apariencia física es un aspecto vital de su identidad, y que su cuerpo es su punto de venta ante el mundo que las rodea” (También, por lo que parece, que no pueden conducir), algo que “afecta el desarrollo de su autoestima, la creencia en su capacidad de lograr lo que se proponen en la vida y la relación con su cuerpo”. Los chicos, por su parte, también comprenden pronto que “se los valora por su coraje y fuerza física, no necesariamente por ser respetuosos, sensibles y obedientes. De ellos se espera que controlen sus emociones, si estas son de miedo, inseguridad o debilidad. Sin embargo, se les permite o estimula el uso de la violencia como modo de resolver conflictos, imponer su autoridad, o ser respetados. Y no pueden ir de rosa bajo ningún concepto, por supuesto.
Y mientras no haya un cambio total en las conciencias, mientras siga habiendo personas que perpetúen roles, en nuestra sociedad seguirá habiendo niñas que piensen que no pueden conducir por el hecho de serlo. Y niños que crean que no pueden llorar o vestir de rosa porque eso son cosas de niñas. Y de esa forma, sin darnos cuenta o sin querer darnos cuenta, seguiremos limitando el “desarrollo de la identidad de los niños y niñas, su crecimiento y sus oportunidades de vida”. Por los siglos de los siglos.
Y aunque este artículo tenga apariencia catastrófista y pinta un ambiente oscuro, tiene una parte positiva: podemos cambiarlo y ese cambio está en nuestras manos. ¿Empezamos?