Los adultos hemos adquirido responsabilidades, y nos toca realizar miles de actividades para poder mantenernos y edificar a la familia, pero, ¿qué adulto cansado tras una larga jornada no se complace con la risa de un niño?, escuchar sus carcajadas llenas de ilusión, su respiración agitada porque corren detrás de un juguete, delante de nosotros o persiguiendo al perro, su media lengua tratando de explicarnos que están haciendo o solicitando ayuda para hacer algo que tal vez no entendemos, pero es parte de su imaginación.
Los niños aprenden de la observación directa, se convierte en imitadores miniaturas especialmente de sus padres, si están cerca de otros niños, los observan y replican sus acciones, así van adquiriendo nuevas habilidades, cuando corren, su desarrollo motor se refuerza, su destreza mejora al tratar de trepar, subir, bajar. Los niños y su juego son en definitiva una maravillosa inspiración, no se rinden, persisten hasta lograr su objetivo, aunque algunas veces venga acompañado por frustración y el llanto típico de ayúdame que no puedo.
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Ser padres, tíos, abuelos, amigos de otros con hijos, implica desarrollar un lenguaje alternativo, ese que no se basa en las palabras sino en la observación del juego que el niño desarrolla, si miramos con atención puede que entendamos parte de ese mundo mágico que con risas, tirar cosas, gritos y hasta mucha seriedad, le va permitiendo al niño conocer y controlar al mundo de otra forma, esa que de adultos se nos olvida. Ellos no se estresan jugando, si discuten se contentan inmediatamente, se retiran invitaciones y a los minutos ya eres de nuevo el mejor amigo.
Los niños aprenden del mundo jugando, nosotros podemos aprender de ellos y de su juego, imitando su serenidad, paciencia, persistencia, y la felicidad con la que celebran cada pequeño gran logro. Los padres podemos guiarlos, orientarlos en la resolución de sus pequeños conflictos, enseñarles como funciona el juguete, demostrarle que si tiene una utilidad, a ellos le gusta que un juguete tenga un propósito si no lo tienen es aburrido, si no solo basta con darles el mando de la tele, lo divertido es que los canales se cambien y si no cambian ya lo veras acercándose al decodificador para realizar el cambio manualmente, mientras giran su cabecita para observar como hace un improvisado zapping.
Con el juego se van alcanzando logros, ayer el juguete servía solo para lanzarlo muy fuerte, hoy ya entiende que se pueden encajar piezas en él, mañana los organizará por tamaños y colores. Cada día algo nuevo, y nosotros como padres acompañándolos en esa aventura, juguemos con ellos, divirtámonos también, esta etapa pasa tan rápido, cuando pestañemos, ya nos estarán diciendo adiós porque se van a la universidad, a vivir en otra ciudad, o ya habrán iniciado su propia familia.