Había dejado claro Daniel Guzman en su archipremiado corto ‘Sueños’ que dominaba como nadie la jerga y la vida de los chavales de barrio, el día a día de esos jóvenes que viven caminando por el alambre de la vida, cual funambulistas a los que una mala racha de viento pueden despeñar hacia el abismo. Como le sucede a Darío (Miguel Herrán), un notable estudiante cuya vida y currículo escolar pierden pie y caen al vacío víctimas de un ambiente familiar irrespirable y de un padre (qué capacidad la de Luis Tosar para transmitir violencia) que no ahorra en gritos, broncas ni collejas.
Emparentada inevitablemente por su estética urbana y su contexto social con ‘Barrio’ (Fernando Leon de Aranoa, 1998) y ‘El Bola’ (Achero Mañas, 2000), con ‘A cambio de nada’ Daniel Guzman consigue reflejar perfectamente el derrumbe de un chaval cuyo entorno le acaba llevando primero a las malas notas y, posteriormente, al delito y la corrupción en miniatura para acabar perseguido por la policía en una escena que pone el corazón del espectador en un puño. En un final dulcificado, quizás no el que hubiese dictaminado ésta jodida vida, la película hace un guiño a las segundas oportunidades, las que merecen chavales como Darío tras pagar la cuenta en el peaje que desde la tierna juventud nos lleva a ser lo que al final somos.
La honestidad de los diálogos y de las interpretaciones (mención especial para Antonio Bachiller, ‘Luismi’) y el recuerdo de esa época en la que la amistad es el bien supremo, el hilo que todo lo mueve y que a todo da sentido, dan fuste a un film que se metió en la mochila al jurado del Festival de Málaga y de los Goya con su sencillez y su mezcla de emociones, momentos cómicos y escenas que respiran realidad, tensión y drama.
Sin ser una película memorable, ‘A cambio de nada’ deja huella en el espectador (sobre todo en el que se ha criado en un barrio como el del protagonista, lleno de sueños y de vidas que se consumen como el humo de una vela, de existencias como la de Caralimpia -Felipe García Vélez-, al que llegada la vejez y siendo un delincuente sólo le queda inventarse un pasado mejor para seducir a jóvenes sedientos de historias en las que verse reflejados) y pone sobre la mesa la influencia que los padres podemos llegar a tener en el devenir de nuestros hijos, especialmente cuando las cartas vienen mal dadas y nosotros las jugamos aún peor, condenándonos (y condenándolos) a una derrota casi segura.
Menos mal que el cine (y también la vida, aunque menos) de vez en cuando concede segundas oportunidades.
Si no tenéis plan para este finde, bajad al videoclub y no dudéis en la elección: ‘A cambio de nada’. Además, os garantizo que la mamá jefa y un servidor no nos dormimos viéndola, así que eso ya dice mucho
*Artículo publicado originalmente en el cuarto número de Madresfera Magazine.