Desde hace tiempo este blog le debía una sección al cine. Para diversificar el contenido, como ya hiciese con la sección de libros para padres. Y porque en casa somos muy de cine. De sesión semanal antes, cuando éramos una pareja y no se nos escapaba ninguna película nominada a los Goya ni a los Oscar. Tampoco aquellas pequeñas joyas que llegan al corazón de los espectadores al margen de los grandes circuitos cinematográficos. Qué maravillosos aquellos meses de enero y febrero, con la cartelera rebosante de peliculones. Ahora que nos dormimos en cuanto entramos en contacto con el sofá, somos más de película en varias sesiones. Vemos los estrenos del videoclub en cuatro tandas de 20 minutos cada una. Imagino que sabéis de lo que hablo. Aún así, intentamos no perder nuestra pasión por el séptimo arte, ahora más enfocada por motivos obvios a temas vinculados con la paternidad, la maternidad y la crianza. De ahí esta sección
Hay directores que son garantía de un trabajo bien hecho, un valor seguro a la hora de elegir una película. Marcelo Piñeyro (Buenos Aires, 5 de marzo de 1953) es uno de ellos. Filmes como Las viudas de los jueves (2009), El método (2005), Kamchatka (2002) o Plata Quemada (2000) componen una carta de presentación al alcance de pocos cineastas, sobre todo cuando uno se mueve en un universo tan íntimo y tan artesano como lo hace el director argentino.
Ismael (2013) no se acerca al nivel de las mejores películas del autor, pero aún así tiene ese algo, ese intangible del que Marcelo Piñeyro dota a sus creaciones. No destaca en el metraje el reparto, pese a los grandes nombres que pueblan el cartel (Mario Casas, Belén Rueda o Juan Diego Botto). O quizás es que todos quedan eclipsados por el personaje que interpreta Sergi López, socarrón y pendenciero, una vez más fantástico, seguramente uno de los mejores actores de nuestro cine.
Tampoco acaba de hilar fino la historia, por momentos difícil de creer. Desde su punto de partida (un niño de ocho años que se escapa solo de Madrid a Barcelona para conocer a su padre biológico), hasta el nudo de la misma (todo sucede en un solo día), pasando por ese final tan abierto como acelerado. Y sin embargo, pese a todo ello, la película se ve con facilidad y deja un buen regusto en el espectador sin pretensiones, que pese a las lagunas del guión se implica en la historia de ese niño de ocho años (aceptable trabajo de Larsson do Amaral) que destapa con su llegada un sinfín de conflictos con maternidad y paternidad como protagonistas:
El del padre ausente (Mario Casas), que tiene que afrontar la llegada de un hijo desconocido; el de la abuela (Belén Rueda), que soporta la indiferencia de un hijo que le reprocha no haberle dedicado más tiempo, que entre el trabajo y la familia eligiese lo primero. El del padre adoptivo (Juan Diego Botto), que ve cómo su mundo se derrumba al conocer el niño que cuidó como propio a su padre biológico y reencontrarse su mujer con el que fue su amor; y el de la madre (Ella Kweku), una inmigrante que tuvo que sacar adelante a su hijo sola y sin papeles.
Sin caer en la sensiblería y la búsqueda de la lágrima fácil, Marcelo Piñeyro consiguió con Ismael un film honesto que mejora con el paso de los minutos, cómodo de ver, con buenos toques de comedia y que invita a la reflexión sobre todos esos conflictos que tarde o temprano nos pueden deparar a todos la (p)maternidad.
*Artículo publicado originalmente en el primer número de Madresfera Magazine.