Hoy en día no damos al silencio el valor que tiene.
Desde nuestro lugar de adultos, bombardeados en nuestro día a día de sonidos y mucho ruido mental, tendemos a confundirlo con silenciamiento; ordenamos a los niños que se callen, que nos escuchen, que atiendan, que no hagan ruido… pero eso no tiene nada que ver con el silencio que ellos necesitan.
El silencio también comunica
Así como la palabra es la gran herramienta de comunicación para expresar al mundo lo que vemos, sentimos y pensamos, el silencio podría ser el instrumento con el que nos expresamos a nosotros mismos lo que vemos, sentimos y pensamos.
¿Por qué este silencio no suele ser utilizado como medio de comunicación entre las personas?
La palabra ocupa mucho espacio, como la razón. El silencio es más sutil y tiene un ritmo más lento y a la vez más profundo. El silencio puede ser la llave para abrir los ojos y el corazón.
El silencio es una buena herramienta para la contemplación, la observación.
Contemplar es observar, es sentarse, es parar la actividad, es serenarnos, es dejar que poco a poco lo que pasa fuera entre dentro de nosotros.
Por eso podríamos relacionar la mente con la palabra y el silencio con el cuerpo.
El silencio está un poco más allá de la razón, va por un camino paralelo, más sutil, más suave, menos obvio, más difícil de acceder, más difícil de entender para los otros. Y a la vez más profundo, más fundamental.
El silencio en la escuela
En la escuela, la palabra es la principal herramienta de comunicación.
La conciencia de la palabra, la articulación de la palabra, luego la palabra escrita, la gramática de la palabra,… parece ser el medio al que deben llegar los niños para vincularse con los demás.
Les enseñamos a leer y a escribir, a descifrar y a utilizar signos lingüísticos, pero el silencio como medio de comunicación no parece ser un instrumento valorado, no se contempla como herramienta facilitadora de aprendizaje, de diálogo con los otros, ni diálogo con uno mismo.
El silencio tiene poco lugar salvo para escuchar y atender al otro, al adulto sobre todo.
Cuando estamos con los niños llenamos los espacios de palabras: Mira el pajarito qué bonito, ¿te gusta? ¿Qué has hecho hoy en la escuela? ¿Qué ha pasado? ¿Dónde te duele? Pídele perdón, ¿Quién es este del dibujo? ¿Esto es una nube?… Muchísimas veces nos dirigimos a ellos con preguntas, exigiéndoles entonces más palabras.
Es cierto que la palabra es la herramienta que nos permite comunicarnos con el mundo, pero dejar un espacio para la comunicación silenciosa puede favorecer otro tipo de lenguajes más sutiles, más serenos, igualmente necesarios.
Si llenamos los espacios de palabras, les privamos de llenar esos espacios con sus propias palabras internas, y corremos el riesgo de que tomen nuestras ideas y releguen la capacidad de generar las suyas propias.
¿No los alejamos de sus propias posibilidades de encontrar sus propias palabras? ¿No les transferimos sin querer lo que nosotros interpretamos de una u otra situación? ¿No desplazamos su lenguaje de niño a nuestro lenguaje de adulto, entendiendo como adulto el que sabe más, el que dice: Yo sí sé lo que sientes o lo que te pasa o lo que debes mirar?
El silencio en el momento de juego
Podemos entender un espacio rico en silencio como un espacio donde ceder espacio a los demás. E igualmente, un espacio de juego rico en silencio como un espacio donde ceder espacio a los niños.
Cuando los niños están sumergidos por completo en su juego, les salen soniditos de dentro; haciendo el ruido de un motor, la voz del gorila, de la maestra, o de lo que sea, son momentos en los que están fuera de aquí, están allí.
Otras veces, podemos descubrirlos en modo contemplativo, mirando por la ventana, haciendo algún juego repetitivo al que no le encontramos un por qué, o simplemente observando un juguete, en silencio y como ausentes.
Todos estos momentos son sagrados y deberíamos tratarlos como tal.
Son momentos en los que el niño interioriza sus vivencias, las representa internamente, las procesa y conecta consigo mismo. Son momentos que le permiten realizarse y crecer.
Cómo acompañarles en el silencio
Puede ser muy gratificante y a la vez permitirnos conocer más a nuestro hijo/a si podemos estar presentes, físicamente, mirando de cerca, o manteniendo cierta distancia pero ahí, siendo parte de su juego aunque sea sin participar.
Sentirá nuestra presencia, tal vez nos comentará que su pirata ya ha llegado a Madagascar, o que el Hada se ha hecho daño en el pie, quizás podemos asentir suavemente, mirar a los ojos cuando le escuchamos, sin mediar palabra, pero totalmente presentes.
Podemos entender esto como un acompañamiento al juego en silencio.
¿Qué significa estar presente en silencio?
Se trata de una presencia real, no dividida, un rato silencioso en el que no vale consultar el Facebook en el móvil ni ir a vigilar la olla con el agua que está a punto de hervir.
Es estar ahí, estar con todo lo que somos ahí, hasta con la cabeza, los pensamientos, el cuerpo, todo ahí.
Pero, ¿qué pasa cuando observamos el juego en silencio? Que empezamos a dar vueltas a la cabeza, a las cosas que nos quedan pendientes, a la agenda de mañana, miramos si tenemos las uñas largas y deberíamos cortarlas, nos mordemos el labio para no mirar el teléfono,…
Puede ocurrir también que empecemos a opinar, a hacer sugerencias; ¿Y si mezclas el rojo con el amarillo? ¿Y si coges la pala en lugar de las manos para coger más arena?…
No intervenir es una prueba complicada pero básica, y si nos resulta muy difícil podemos entonces hacer alguna labor con las manos que no implique la mente, coser o tejer son buenas opciones, nos permitirán tener la cabeza libre para observarles y a la vez acompañarles en el juego. Y ellos también lo percibirán.
Una propuesta sencilla para ejercitar el silencio
Cuando miramos un cuento con nuestros hijos/as, y normalmente nos ceñimos a las palabras que aparecen escritas en él, a veces, encontramos una página donde no hay texto, y tendemos a describir con nuestras propias palabras eso que estamos viendo.
Proponemos el ejercicio de no hablar, de dejar unos instantes la página y luego poco a poco pasar a la siguiente.
Un cuento precioso donde hay unas páginas sin texto puede ser Un día diferente para el Señor Amos.
Otras propuestas maravillosas pueden ser La Oruga Verde (un precioso cuento waldorf de primavera) o Peque (un libro que empodera a los hermanos pequeños). Ambos los tenemos disponibles en el rincón de libros mágicos del Atelier y tienen también páginas hermosas para contemplar en silencio.
Este artículo ha sido escrito de forma colaborativa junto a Casiana Monczar de Joguines Grapat y está ilustrado con fotos que forman parte de su catálogo 2016 de juguetes naturales, respetuosos y sin instrucciones.
Observarlo me permite contenerme y decirme a mí misma: ¡Él es él, no soy yo! Yo lo miro con una secreta admiración por todo lo que puede hacer. En ese momento, él no me ve, luego, nos hablamos a distancia, intercambiamos una mirada ¡y listo! Él vuelve a su juego. (cita referida a lo que dice una mamá de su bebé de 5 meses, extraída del libro El Niño en acción de Agnès Szanto Feder)
Aguamarina