A lo largo de estos 16 años de docencia, me he encontrado con cientos de padres y madres, de alumnos desde los 12 a los 18 años, que abiertamente te dicen que sus hijos e hijas están tan agobiados con los deberes y las actividades extraescolares que no tienen tiempo para hacer nada más a lo largo del día. Esto provoca un cansancio crónico en los chicos, que se vuelve desesperación cuando se dan cuenta, ellos y sus familias, de que por mucho que estudien, no aprueban.
Desde que soy madre, además, me he encontrado el mismo problema con niños de Infantil y Primaria, madres y padres que no pueden planificar un domingo en familia porque su niño tiene varios exámenes la semana siguiente y tienen que estudiar con ellos todo el fin de semana. Este ritmo agota tanto a los niños como a las familias y afecta a la convivencia en casa y al rendimiento académico de los pequeños.
Estos mismos alumnos que han pasado toda la etapa de Infantil y Primaria sepultados entre montañas de deberes, vienen a Secundaria literalmente cansados de todo lo que tenga que ver con las clases y los libros. Y cuando se acerca diciembre y llegan los primeros suspensos, muchas familias optan por una opción no siempre acertada: apuntar a sus hijos a clases particulares, sin analizar previamente el por qué de esos suspensos.
Evidentemente, en el fracaso escolar influyen muchos factores, pero la falta de planificación del estudio desde etapas tempranas es uno de ellos, de los más extendidos y silenciosos (muchos padres y madres desconocen el efecto que tendrá sobre sus hijos a medio y largo plazo).
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A lo largo de esta y otras entrada analizaremos cómo planificar el tiempo de estudio de nuestro hijos para que hacer los deberes o estudiar no se convierta en un castigo para ellos y sus padres. En este “post” veremos cuestiones generales que podremos aplicar a todos los niños y niñas en edad escolar, desde Infantil a Secundaria y Bachillerato. En las siguientes entradas analizaremos las pautas que debemos seguir según la edad de nuestros hijos y la etapa educativa que cursan.
¿Dónde estudian nuestros hijos? Esta es la primera pregunta que debemos hacernos. Los niños deben estudiar en una habitación adecuada, con abundante luz natural, con una mesa amplia y una silla cómoda, y que no tenga elementos que los distraigan (televisión, videojuegos, teléfono móvil…).
Esta norma es tan general como ideal. Para empezar, muchos niños comparten habitación con otro hermano o hermanos. Y otras familias viven en casas o pisos pequeños donde es difícil, por ejemplo, que el niño o la niña tenga mesa en su habitación. Estas dificultades son solo anecdóticas si planificamos adecuadamente el lugar de estudio.
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En el primer ejemplo, varios niños que comparten habitación, deberemos establecer ciertas reglas que les permitan usar el mismo espacio cuando hagan la tarea. Dependiendo del tamaño de la habitación, dividiremos el espacio en zonas bien diferenciadas, para que cada niño tenga su propio espacio (incluida la mesa, que puede ser un escritor tradicional o una mesa plegable si el espacio escasea).
Si es imposible compaginar dos o más espacios de estudio en el cuarto, habrá que habilitarlo en otro lugar de la casa, como el salón o la cocina. Lejos quedaron ya aquellos días en los que la mesa del salón-comedor era solo para comer. Hoy se juega, se estudia y se come en ella. Lo único es que debemos habilitar un espacio cercano para que nuestro hijo disponga de lo necesario cerca, en el mismo salón (o en la cocina si ese es el caso): unas baldas en una estantería reservada para sus cosas, o en un aparador, o incluso en un armario cercano.
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La cuestión es que no tenga que estar continuamente levantándose para ir a buscar el material que necesita. En nuestro hogar es fundamental el orden y esta regla debemos aplicarla con más motivo al espacio de estudio de nuestros hijos, máxime si está fuera de su habitación.
La ausencia de elementos de distracción es otro de los puntos básicos de la organización del espacio de estudio de nuestros hijos. Una televisión, una videoconsola, un equipo de música… son elementos que nunca debemos ubicar en la habitación de nuestros hijos hasta que sean ya mayores, y menos si es allí donde estudian. Muchos padres y madres te dicen en la tutoría que sus hijos se acuestan muy tarde jugando a la “play” y que no pueden hacer nada para evitarlo. Previamente a esta conversación ya sabías de los hábitos del alumno en cuestión, por sus bostezos repetitivos y sus ojeras (desde luego no es la mejor forma de afrontar seis horas de clase).
Por supuesto que a los 14 ó 15 años es difícil actuar por vez primera como padres sobre este punto sin generar un conflicto (muchas veces ese conflicto es necesario), pero… ¿por qué no se actuó antes? Quizá porque no se le dio a este asunto la importancia que merecía. No se trata de prohibirles tener móvil, por ejemplo. La cuestión es el control que los padres y madres ejercemos sobre el uso de estas tecnologías, o a la dependencia que pueden desarrollar hacia los videojuegos, o la distracción que suponen otros elementos como la televisión o la música.
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Ahora estamos abordando el tema de la organización del espacio de trabajo, pero también podríamos detenernos en otros peligros que se derivan de ese estar permanentemente conectado. Como profesora de cientos y cientos de adolescentes durante estos 16 años y ahora como madre, tengo muy claro que nuestra tarea como padres es la de limitar el uso de estos elementos tecnológicos, no la de prohibir. Empecemos por reservar a un lugar común (por ejemplo el salón), la localización de la televisión, de la consola, del equipo de música. Y continuemos por restringir el uso del móvil o de la tableta a ciertos momentos fuera del horario lectivo y de estudio.
El lugar del trabajo tanto del niño como del adolescente debe ser agradable, cómodo, silencioso y personal. Dejémosles que nos ayuden a organizarlo, a decorarlo, hagamos que lo sientan suyo. Da igual que sea una habitación o un rincón en el salón. Lo importante es que estén en él cómodos y preparados para afrontar el curso con ilusión.
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