Hace tiempo que quería escribir este post y no terminada de verlo, seguramente por falta de seguridad en mi misma. Aunque no queramos, la opinión de los que tenemos cerca afecta y mucho. Y si a esto le añadimos el caracter de cada mamá, que en el mío significa una exagerada sensación de responsabilidad el tener que cuidar de mi hija y que nadie más – salvo su padre – tiene que verse obligado a hacerlo.
Nunca se está lo suficientemente preparada para lo que viene cuando tienes niños por mucho que te lo digan durante el embarazo. De todas las frases que me dijeron – que por cierto fueron muuuuuchas – con la única que me quedo es
No hay nada más angustioso que el llanto de tu propio hijo
Y así es. No es una cuestión de acostumbrarse ni de tener mucha paciencia, muchísimo menos de dedicarse al mundo de los niños. Es simple y llanamente una cuestión evolutiva. El vínculo que existe entre la mamá y el bebé es tan fuerte que se deja ver precisamente en estos momentos. Es así como debe ser, si no nos afectara el llanto de nuestros propios hijos, tendríamos un problema de supervivencia de la especie bastante grande, vamos, que nos hubiéramos extinguido antes siquiera de mantenernos erguidos.
Los bebés lloran por infinidad de motivos puesto que es su única forma de comunicarse en el primer año de vida y lo normal es no distinguir los tipos de llanto desde el principio. Eso sucede con la práctica y hay que tener paciencia y creer en nuestras posibilidades. Lloran por hambre, sueño, calor o porque están incomodos. Lloran y mucho porque buscan a su protector, su referente, su pa-madre.
Y aquí, sabiendo que los ni
ños van a llorar tengamos las costumbres sociales que tengamos, caben dos posibilidades:
Confiar en nuestras capacidades como ser humano para criar de nuestros retoños y hacer caso del instinto cuando nos diga qué hacer en cada momento (lo de que aflore el instinto también es una cuestión de práctica, si lo tienes muerto matao, déjalo resucitar poco a poco)
Confiar en las “nuevas” normas sociales establecidas para la crianza de los hijos y desesperarse por estar contradiciendo lo que nuestra parte más visceral del cerebro – el hipotálamo – está gritando a pleno pulmón.
Pongámonos en situación:
Estamos en la calle con el niño en el carrito y empieza a llorar. Primero poquito, como rozándose la cara con las manitas. Después aquello empieza a aumentar a una velocidad directamente proporcional a nuestros latidos del corazón. Meneo la silla de lado a lado mientras sigo avanzando, le enseño muñecos, intento enchufarle el chupete, pero nada funciona y aquello va a más. Lo tapo, lo destapo, lo vuelvo a tapar. Paro, intento evitar que se salga del carro y continuo la marcha, pero aquello ha llegado ya a unos limites insospechables. Mientras tanto mi suegra-madre contándole a todo el que pasa los cojon mala leche que tiene la criatura ¿Qué hago?
Opción 1. Le pongo una preciosa mordaza con ositos que he comprado en la sección de imprescindibles del bebé (justo al lado de los arneses para enseñarles a caminar sin tener que agacharme)
Opción 2. Le diluyo medio tranquimazin en su bibe y el otro medio me lo tomo yo
Opción 3. Observando los gestos del bebé, me siento en un banco y le doy de comer. El niño se calma y mientras tanto le digo a mi acompañante que pa huevazos los nuestros por intentar que un bebé aprenda las normas básicas de comportamiento en la urbe cuando ni siquiera sabe tirar de la cadena al hacer pis.
Creo que si has llegado hasta aquí es porque entre otras cosas, te has sentido identificada. Infinidad de veces habrás tratado de que el niño se calle poniéndote más y más nerviosa porque llora y resulta que la solución es bien fácil. Mirarle, escucharle y luego atenderle. Si nos paramos a observar, todo es más fácil. No sólo ocurrirá en la calle. Va a pasar en casa, a la hora de ir a dormir, comiendo…
No pierdas nunca de vista el hecho de que los niños no se comportan igual con sus madres que con el resto del mundo y en ese resto del mundo incluyo al padre. No es por malcriar o darles lo que piden, porque seguramente serás tú precisamente la que no les da todo lo que piden, pero ellos dejan liberar todas sus emociones de golpe, así, en batiburrillo, cuando están con mamá. Huelen el miedo, no lo dudes.
Te dirán que no tienes paciencia, que no sabes llevarlos, que… Y tú sólo puedes desear que esa persona tenga un hijo la mitad de movido que el tuyo bien pronto :)))
De cualquier forma, nunca dejará de afectarte el llanto de tu bebé. Esto es como los artistas que dicen que siempre se ponen nerviosos justo antes de salir a escena en el teatro. Forma parte de nuestras emociones, de nuestro ADN como ser humano y lo único que podemos hacer es tratar de llevarlo lo mejor posible.
Nadie, ni el papá de la criatura, ni los familiares ni el vecino del cuarto va a entender cómo te sientes. Bueno, nadie no. Otra mamá sí. Pero otra mamá que lo tenga fresco, porque sí, aunque parezca mentira, nuestras madres – suegras también fueron madres y también se pusieron nerviosas, aunque no lo reconocerán jamás. Así es que puedes perder el tiempo intentando convencer a los demás de lo duro que es o puedes seguir haciéndolo como lo haces y que mientras nadie se ponga en tus zapatos literalmente, no podrán decir que lo harían mejor.
Y ahora, entre tu y yo, cada vez que el papi se lleve a la criaturita una tarde entera y vuelva medio desquiciado intentando disimularlo, date media vuelta, ríete y maravíllate de los super poderes de los bebés, que son capaces de remover al más pintao para conseguir lo que quieren necesitan. Y ríete mucho, porque ni aun por esas reconocerán lo duro y a la vez enriquecedor y maravilloso que es.
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