¿Qué estamos haciendo tan mal como sociedad para que un niño de 7 años reciba una paliza en el colegio? ¿Qué estamos haciendo tan mal para que en el colegio vean al niño con la boca reventada, la camiseta llena de sangre y no sólo no llamen a sus padres, si no que intenten lavarla para que no vieran cómo estaba? ¿Qué estamos haciendo tan mal para que en un colegio no se dé cuenta nadie de que a un alumno de 7 años llevan 3 años sus compañeros haciendo la vida imposible? Pues señores, estamos mal, muy mal porque estos casos se producen cada vez con más frecuencia y no estamos haciendo nada.
Si no habéis leído la noticia podéis hacerlo aquí. En resumen, esta semana en Sevilla, un niño de 7 años ha recibido una paliza de sus compañeros de 8, 9 y 10 años. Compañeros que llevaban tiempo amenazando, agrediendo y acosando a este menor.
El día de los hechos la madre se encontró a su hijo con la camiseta llena de sangre (lavada aunque sin éxito), la boca reventada y cardenales por el cuerpo. Desde el colegio nadie le dio ninguna explicación. Hasta que la madre no lo llevó a la policía y posteriormente al hospital, el pequeño no se vio con fuerzas para contar todo lo que le había pasado.
Para remate, la dirección del centro tenía conocimiento del acoso que estaba recibiendo este menor, según han contado los padres del menor agredido.
Y llegados hasta aquí yo me pregunto, ¿Y los profesores de estos niños? ¿En tres años nadie vio nada? ¿Los padres avisan de lo que está pasando y NO pasa nada? Ojalá me sorprendiera esta noticia, pero por desgracia no lo hace.
La violencia ha existido siempre, es verdad, siempre hemos tenido compañeros más conflictivos, es verdad, pero lo que vemos hoy en día no es normal. Que con 7 años no estén jugando a la pelota y estén pensando en hacerle la vida imposible a un compañero, que además era su vecino, al que veían todos los días, es cuánto menos, alucinante.
La realidad en las aulas es dura, unas ratios inasumibles y unos profesores con cada vez menos autoridad, que no se sienten respaldados en la mayoría de las ocasiones por la dirección del Centro a la hora de tomar medidas.
Queda claro que la escuela sufre una desconexión con la realidad importante. Las soluciones que se llevan a cabo en estos casos han demostrado no ser efectivas. Sólo en la Comunidad de Madrid se detectaron el año pasado casi el triple de casos más de acoso escolar que durante el curso anterior.
El principal problema en el acoso escolar se encuentra en la falta de prevención. Los daños no son identificados a tiempo debido a una escasa o inexistente labor preventiva y al habitual Síndrome de Negación de los centros escolares lo cual suele llevar a los niños victimizados a un cuadro de estrés postraumático que termina haciéndose crónico, y que les afecta durante años produciendo cambios permanentes en su personalidad.
En declaraciones de la madre del menor agredido he podido leer que la familia de uno de los agresores le espetó: “que se hubiera defendido” ¿cuántas veces en parques, puertas del cole habéis escuchado? “si te pegan se lo dices a la seño y si no hacen nada ¡te defiendes!” Pues si decimos o escuchamos con tanta frecuencia esto, será que estas situaciones son más normales de lo que creemos, y que aunque todos tenemos claro que la violencia nunca es la solución, el sentimiento de desproteccion en el centro educativo es real. Para muestra y sin ir más lejos, este caso.
¿Y cuál es la solución ? Pues solución hay, al menos para atajarlo, otra cosa es que no hagan nada porque no les de la gana. Entre muchas medidas, para mi una fundamental es la implantación de la figura del Educador Social en los centros escolares. Sus funciones son esenciales para la educación en valores, la resolución de conflictos, la mejora de las habilidades sociales etc. y no sólo con los alumnos, sino también con los/las docentes de los centros, con los familiares y en su entorno. Hay soluciones pero no hay voluntad de cambiar nada.
No puedo imaginarme el dolor y la impotencia de esa madre que ha visto cómo tres matones, que no levantan un palmo del suelo, han decidido durante tres años hacerle la vida imposible a su hijo. Desde luego estos casos merecen, como mínimo, una reflexión sobre el mundo vacío de valores que le estamos dejando a nuestros hijos.
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