Hoy se celebra el día de la mujer trabajadora, por si alguien aún no se ha enterado. Una celebración que se remonta al año 1910 cuando mujeres pioneras se unieron para defender sus derechos como trabajadoras. Aquellas fueron mujeres valientes, que defendieron los derechos de otras muchas mujeres que trabajaban en las fábricas largas y extenuantes jornadas. Una lucha que no se debe desdeñar sino aplaudir.
Pero hay momentos en los que, además de conmemorar y recordar grandes hechos del pasado, deberíamos reflexionar sobre si es necesario dar una nueva vuelta de tuerca a la cuestión.
En este sentido, me gustaría que empezásemos a pensar en la mujer trabajadora con una visión más amplia. Es decir, que analizáramos el papel de la mujer no solamente en su ámbito profesional, en su puesto de trabajo remunerado, sino también en el otro papel que, no por ser "gratis", debería ser denostado. Porque las mujeres, sobretodo al convertirse en madres, se dan cuenta con mucha claridad de esa dualidad. De lo que muchos historiadores denominan muy gráficamente como "la doble carga".
Pienso que deberíamos empezar a tener claro si cuando hablamos de mujer trabajadora hablamos sólo de mujer asalariada o también de mujer encargada de su hogar, familia, hijos, para así poder reivindicar de verdad ayudas para los dos ámbitos vistos de manera conjunta. Rescato en este punto una fantástica cita de uno de mis libros de cabecera sobre la historia de las mujeres.
La sociedad patriarcal establece que las mujeres deben estar recluidas en sus casas, atendiendo a lo que se ha denominado como tareas domésticas, pues son las que se realizan dentro de la casa para atender a las necesidades familiares. Las obligaciones de las mujeres deben quedar reducidas a la atención de su familia y, por eso, no son remuneradas, ni son consideradas como un trabajo, ni tienen reconocimiento social. Pero no debe olvidarse que toda esta serie de tareas, cuando es una persona ajena a la familia la que las lleva a cabo, se convierten en trabajos que reciben una remuneración. Por tanto, su consideración económica depende de la vinculación familiar de la persona que ejecuta la tarea, no de la tarea en sí misma. El ámbito familiar es el que establece la desvalorización económica de las actividades que las mujeres de la familia realizan en su seno. Por ejemplo, una mujer que lava la ropa de su familia está cumpliendo su obligación. Si esta misma mujer lava la ropa de otra familia recibe un salario y tiene el oficio de lavandera.
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El núcleo familiar se define como un espacio productivo, en el que una parte de la sociedad, la masculina, se beneficia de una serie de plusvalías que origina la mano de obra gratuita que son todas las mujeres de la familia. Pero, además, junto al cumplimiento de sus obligaciones, las mujeres, como una prolongación de aquéllas, colaboraban en el trabajo del marido, padre, hermano o hijo, siempre que este se desarrollara en el ámbito familiar. Hay que recordar que los talleres de los artesanos, que tenían venta directa y los establecimientos de los mercaderes formaban parte de la vivienda familiar.
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Junto a las tareas domésticas hay que valorar también las tareas reproductoras, que no sólo consisten en la perpetuación de la especie sino en la crianza, cuidado y educación de las hijas e hijos .
A pesar de que estas palabras están situadas en un capítulo que habla de la Edad Media y los primeros conatos de alejamiento de la mujer del hogar colaborando en los talleres familiares, bien lo podemos adaptar a la sociedad de la revolución industrial y a nuestro tiempo actual.
El papel de la mujer hoy en día es ciertamente complicado. Debe llevar la carga del hogar y responsabilizarse de unos hijos a los que se da cuenta que no puede compaginar con facilidad con su horario laboral. Vamos que eso de la conciliación, de lo que tanto y tan largamente se ha hablado aun no es una verdadera ni satisfactoria realidad.
Deberíamos valorar de verdad, con responsabilidad social, ese papel de la mujer como responsable de la crianza, de la educación, del bienestar (físico y mental) y de los valores de una niños que serán los adultos del futuro. Un trabajo que no se puede medir con datos objetivos y que ninguna administración está por la verdadera labor de ayudar en este sentido. Porque es un trabajo en el que no se puede fichar, porque estás día y noche, siete días a la semana enfrascado en él. Y porque es una tarea en la que se entremezclan también sentimientos difíciles de dejar de lado o analizar objetivamente.
Esperemos que algún día podamos conmemorar este día como algo del pasado, porque ya no tengamos que reivindicar nuestros derechos como personas, como trabajadoras, profesionales, asalariadas, madres, mujeres.
Cita extraída del libro Historia de las mujeres en España y América Latina (Tomo 1) de Isabel Morant