Todo este rollo que os he contado en el párrafo anterior es únicamente por un motivo: Últimamente me he dado cuenta de que Maramoto ha heredado una característica muy propia (qué expresión más de pueblo) de sus padres. Y no, no me refiero al parecido que mucha gente le encuentra con su papá en prácticas (pobrecilla mi niña), ni al carácter o a esa imposibilidad de estarse quieta que ha heredado de la mamá jefa. No. Me refiero a algo más profundo: Mara ha heredado nuestro gen de la indecisión. Os agradecería guardar en este preciso momento un respetuoso minuto de silencio por la desgracia de mi hija. Qué cabrona puede llegar a ser la genética.
Porque sí, tener el gen de la indecisión es algo muy jodido. Una macabra confabulación de la genética que te hará replantearte las cosas una y mil veces, que te obligará a dar vueltas sobre el mismo tema hasta el infinito, que alargará tu toma de decisiones de forma indefinida. No hay tarea más complicada para un indeciso que tomar una decisión. Os lo digo por experiencia y porque la mamá jefa también es del clan de los indecisos, así que sé de lo que hablo.
El domingo pasado, sin ir más lejos, Diana estuvo más de una hora en la FNAC (mientras Maramoto desmontaba las estanterías) pensando que guía de Lisboa comprábamos para nuestras vacaciones. La noche de antes habíamos estado dos horas decidiéndonos entre Lisboa y Donostia y, una vez elegido el destino (Donostia, por desgracia, se nos iba de presupuesto), otras tres más para decidir qué apartamento nos quedábamos para nuestra estancia en Portugal. La decisión final, a la que habían llegado dos apartamentos, fue épica.
Y como con eso, con todo lo demás. Parece que en cada decisión nos va la vida. Qué agotamiento, oigan. Por eso tenía la esperanza de que Maramoto no heredase ese gen. Pero al parecer, la pobre no tenía escapatoria. Me he dado cuenta cuando le vamos a comprar un globo. Pasa de uno a otro y no se decide por ninguno. Si fuese por ella, por tal de no decidir, se llevaba la tienda entera.
Aunque sin lugar a dudas, lo que más me ha sorprendido es la manifestación de ese gen de la indecisión en una situación muy concreta. Ocurre cuando bajamos a la calle. Al salir del portal, en nuestro rellano hay dos alternativas: Rampa o escalera. Mara se va por la rampa y, a mitad de camino, vuelve sobre sus pasos. Se lo ha pensado mejor, prefiere escaleras. Pero al llegar a los escalones decide que no, que mejor sale a la calle por la rampa. Y así reiteradamente hasta que por fin elige de forma definitiva una opción. Creo que la cosa va empeorando de generación en generación?