Tengo que estudiarlo científicamente aún, pero estoy segura de que, además del gen masculino que les hace repeler cualquier tipo de tienda de ropa, los niños vienen con otro gen futbolístico de serie que salta cuanto menos te lo esperas y los convierte en pequeños hooligans.
Creía que tenía ganada mi guerra personal contra el fútbol porque mi hijo era de mi bando: mostraba un desinterés total por el balón y el equipo de los amores de su padre, Osasuna. Me las prometía felices con mis tardes de cocinitas y obras, cualquier cosa con tal de no hablar de chutes, paradones o fueras de juego. Hasta que ayer, sin saber cómo, al pequeño se le encendió la chispa del fútbol.
El detonante fue la llegada sorpresa de su padre con la equipación completa. Y de pronto, para mi sorpresa, el gen saltó como un resorte. Más que encenderse, mi hijo quedó completamente abducido por el espíritu futbolístico y loco de contento, por el mero hecho de llevar la camiseta gorria, empezó a correr a nuestro alrededor como alma que lleva el diablo. De algo le sonaba el nombre de Osasuna y su camiseta, quizá porque sus compañeros de clase lo vitorean en clase, y en esta vida, todo se pega. Por suerte o por desgracia, teníamos el balón a mano, y de pronto el enano se vio poseído por el espíritu de Messi.
Le invadieron sus intenciones, porque su estilo todavía no se le ha pegado, milagros a Lourdes. Corría espitoso perdido, como nunca lo he visto, amagando regates y explotando de alegría cada vez que su padre le cantaba el gol. ¿De qué esta hecha esa camiseta para que mi bebote acabara convertido en el más ferviente hincha de su nuevo equipo de mil amores?
Este giro de cadera es único
Con 30 grados de temperatura, los mofletes rojos y el pelo sudado, pedía a gritos ponerse las tupidas medias de la equipación mientras yo lo miraba horrorizada. Algo le han echado en su jarra de agua.
O esta pasión se propaga como un virus en la escuela, o aquí algo raro ha pasado sin que yo me enterara. Y poco después de convertirse en el hincha número uno del Sadar, el vecino nos sorprende diciendo que ha visto a pocos que sientan tanto los colores como nuestro hijo. No quise replicarle que llevaba 15 minutos como aficionado, que el nene se sigue buscando dónde lleva el escudo y que no entiende por qué tiene una vaca y un ternero estampado en medio de la tripa, pero que está encantado.
Y más aún los tíos futboleros de la criatura, que son casi todos, y que se han emocionado por la conversión. Yo ya le he buscado el lado bueno y ahora tenemos una nueva frase mágica que funciona de mil maravillas: “los futbolistas se lavan mucho las manos”, y va el tío y lo hace. ¿Perdurará la afición o será flor de un día?
¿Alguien más ha vivido esta extraña y momentánea mutación futbolística en su hijo?
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