Tururú.
Escribo un post, lo publico, decido moverlo por las redes sociales. Me voy a G+ y a las chorrocientas comunidades a las que pertenezco (no se muy bien qué utilidad tienen, o yo no se la encuentro, pero como dicen que hay que estar ahí, pues ahí estoy). Comparto el post en cada una de ellas y ahí empiezan mis titubeos: ¿en qué categoría coloco el post?.
Embarazo, bebés, maternidad, crianza. Son las categorías reinas de estas comunidades en especial y de la vida maternal 2.0 en general. Es obvio que la blogosfera y el movimiento maternal se centra en la primera infancia. Y es que nos preocupa tanto la etapa del embarazo y la crianza, que volcamos todas nuestras inquietudes, dudas, opiniones, experiencias de una manera más apasionada en este momento de nuestra vida, de sus vidas.
Las categorías referentes a la segunda infancia brillan por su ausencia. Y es en esta etapa cuando servidora se siente medio sola y más que perdida al intentar encontrar respuesta, posibles soluciones o al menos un poco de consuelo ante las cuitas de un niño de 6 años
Los hijos crecen, ¡vaya si crecen! y mucho más rápido de lo que nos creemos. Sin embargo, pocos blogs crecen con sus hijos, poco se lee sobre la segunda infancia en la esfera maternal. No se si es que esta etapa es menos atractiva, parece más resuelta o si es que muchas madres/padres pierden interés o ganas de seguir compartiendo sus experiencias.
Quizás es, simplemente, que asumimos las nuevas dificultades que surgen como fracasos propios, y reconocer que no está siendo fácil es culparnos de ello, directamente. Idealizamos tanto la perfecta crianza que, si algo no va bien en algún momento no es porque los niños crecen, maduran y todo viene en el pack, sino porque directamente hemos fallado en algo. Si nuestro hijo no se comporta como esperamos que lo hago lo primero que pensamos es "¿Qué he hecho mal?".
Yo al menos me siento así. Maldita autoexigencia y perfeccionismo.
Lo que sí parece es que los niños a partir de los 6 años no llaman tanto la atención. No tanto como un bebé, que es muy mono, muy gracioso, achuchable hasta el infinito y más allá, que nos emociona con cada mínimo detalle, cada cosa nueva que hace. Y es normal, porque más que he babeado y presumido yo de bebés no lo hace nadie seguro, y para muestra, este blog.
Yo ya no tengo bebés, es una obviedad. Pero sigo teniendo dudas, opiniones, experiencias y mil quebraderos de cabeza que necesito compartir. Es más, creo que ahora me estoy enfrentando a una dura etapa de la crianza de mis hijos, ahora si cabe tengo más miedo y más inseguridad porque creo que cada fallo mío puede pasar una grave factura. Sigo sintiendo la necesidad de compartir mi experiencia, mis dudas, los buenos momentos y las dificultades. Quizás no lo hago tan a menudo como antes por falta de tiempo o porque precisamente ahora mis hijos me demandan más y me dejan menos tiempo para mi desahogo personal.
Es la pura realidad. Yo creía que lo importante eran sus primeros años. Y lo son. Pero no menos que los que vienen luego. Es algo de lo que te das cuenta conforme va viniendo. Porque los niños crecen, aprenden, se desarrollan, adquieren habilidades y cierta independencia pero a la vez nos siguen necesitando tanto en nuevas facetas de su vida que es imposible relajarnos. Cada nueva etapa de su vida son nuevos matices, nuevos conflictos que posiblemente no nos esperábamos encontrar.
¿En qué momento me encuentro con mi hijo de 6 años?. Pues en uno delicado, la verdad. Con 6 años mi hijo está ya medio criado y parece que todo debiera ser más fácil. Pero con 6 años los niños piensan por sí mismos, deciden o quieren decidir determinadas cosas, su independencia ideal choca con su dependencia real... no es fácil.
Yo creía que, una vez creciera, no me iba a necesitar tanto, no tanto como cuando era un bebé. Y ahora creo que me necesita todavía más, qué contradicción. Porque ahora tiene capaz de raciocinio y de comunicación, ahora si no estoy con él, o si no puedo hacer con él algo en un momento determinado me espeta un "jo mamá, es que nunca tienes tiempo para mi". Un bebé llora pero no te dice esas verdades que te paralizan en corazón por unos segundos.
Ahora es cuando de verdad puedes llegar a sentirte la peor madre del mundo por un reproche, una contestación, por una verdad sin anestesia.
Mi hijo me necesita mucho, no se si más que antes, pero no menos, eso seguro. Ya no va al colegio a jugar, ahora toca estudiar. Deberes, trabajos, controles, extraescolares, el cambio de infantil a primaria es radical y necesita que esté ahí, pendiente de él, a ayudarle a organizarse y a emprender una nueva etapa con rutinas, tareas y responsabilidades que antes no debía asumir.
También es una etapa en la que surgen nuevos miedos, inseguridades, confrontaciones con los compañeros, dudas existenciales, debilidades, fragilidades, complejos... Ese momento en el que no encuentras respuesta para muchas de sus preguntas. Ese momento en que debes ofrecerles herramientas para enfrentarse a las diferentes situaciones que se les plantea y enseñarles a usarlas.
Rebeldía, desafío, llamadas de atención, mal comportamiento, llantos... Y decíamos de las rabietas. Un niño de 6 años no tiene rabietas, se enfada con motivos. Sus motivos, sí, que nos pueden parecer absurdos, pero para ellos ahora mismo todo es un mundo. Y cuando asoma el cansancio y la paciencia desaparece (para ambos), te dan ganas de coger la puerta e irte sin mirar atrás, sobre todo por no hacer algo de lo que te puedas arrepentir.
Sí, hasta hace poco pensaba que lo duro de la maternidad era el comienzo y que lo demás vendría rodado. Qué ilusa. La maternidad es una carrera de fondo llena de mil obstáculos, cuando crees salvado uno y te tomas un momento para respirar y reponer fuerzas, enseguida llega otro.
No debemos menospreciar lo que viene después de la primera infancia. Nuestros hijos se forman como persona día a día, y cada día que pasa es igual de importante que el anterior. Todo lo construido los primeros años se puede venir abajo si no seguimos pendientes de mantener esos cimientos en perfectas condiciones.
Para mi lo realmente duro y difícil comienza ahora, y me está costando. Solo espero estar a la altura, ofrecerle a mi hijo lo que necesita, saber responder a sus necesidades y no perder la paciencia en el camino.