Una espera que el segundo bebé sea el que se disfruta pausadamente, sin los miedos y dudas que se viven en la primera maternidad. El segundo bebé está llamado a ser una oportunidad para resarcirse y disfrutar despacito, por si fuera el último. Un bebé para volver a vivir todas esas primeras veces de nuevo, pero sin la inquietud de ser primerizo. Un bebé para repetir éxitos y evitar los fracasos de una crianza pasada. Un bebé con el que empezar de nuevo, con más aplomo que el primero, con la experiencia y las ideas más claras, sabiendo que los malos momentos pasan y, en cuanto lo hacen, se añoran.
Pero el segundo bebé trae sus propias reglas. Lo que funcionaba con uno, no vale para el segundo. El juego ha vuelto a cambiar y no sirve echar mano de fórmulas pasadas. Entonces una descubre que el segundo bebé tampoco se disfruta como se esperaba. No hay tiempo para ello: la atención se divide entre los dos hijos y el vínculo con el bebé se va forjando más despacio, a fuerza de pequeños momentos de intimidad, valiosos pero escasos.
Con un hermano mayor la vida sigue, la rueda gira y no se detiene por muchas tomas o cambios de pañal que haya pendientes. Los días parecen volar más rápido que con el primer bebé y la sombra de la vuelta al trabajo planea cada vez más cerca. Sabes que está muy cerca.
Los meses vuelan y el tiempo escapa. De pronto descubres cómo le han crecido las pestañas a ese bebé que hasta hace poco era un recién nacido. Creías que te sabías su cara de memoria, pero ha cambiado y ni te has dado cuenta. Empieza a sonreírte y te pilla de sorpresa, ¿ya?
Termina el día y arañas unos minutos a solas con el bebé antes de que la vorágine os devore de nuevo. Estudias su carita, el olor de su pelo y la suavidad de sus manos antes de sumergirte de nuevo en las prisas frenéticas del día a día. Quizá es que disfrutarlo es eso: refugiarse del mundo, aunque sea durante un segundo, en su mirada y en su respiración pausada.
Hoy la pequeña cumple dos meses. Ya dos meses.
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