Recuerdo que cuando era más chica, siempre tenía que ser yo la que cediera ante mi hermana mayor y cuando se trataba de mi hermano pequeño, lo mismo porque yo era la más grande...
Sí, sí. La gente cree que solo exageramos, que solo queremos atención todo el tiempo, pero es realmente algo que nos marca. Que nos hace diferentes.
No por nada hay un síndrome del hijo de en medio, en el que se nos describe como aquellos a los que no nos pusieron tanta atención, resentidos, desmotivados, con una perspectiva negativa, y que siempre sentimos que no pertenecemos.
Pero más allá de lo que este síndrome nos pueda vaticinar, somos grandes seres humanos, marcados, para bien o para mal, por el sello de ser el sándwich.
Para mí, fue solo la etapa puberta-adolescente donde más sufrí la falta de atención, y esto está comprobado, por ejemplo, una investigación británica encontró una correlación entre el orden de nacimiento y el logro educativo, que el segundo hijo tiene menos probabilidades de ir a la universidad o de terminar la universidad, porque ya se utilizaron los recursos se utilizaron en los primogénitos.
Sin embargo, ahora siento que todo ha sido para bien. Aunque sí creo que lucho con mi autoestima más que mis hermanos, de acuerdo con Katrin Schumann, especialista en el tema, esto nos vuelve personas más centradas; o sean no tenemos grandes egos.
Por otra parte, ser la hija de en medio me ha dado un sentido de justicia inigualable que incluso mi padre me ha celebrado, y esto es una de las características positivas de los de en medio más populares.
Lo malo es que de verdad no sabemos trabajar con los sentimientos negativos, porque crecer con dos hermanos más nos ha hecho esforzarnos más toda la vida para superar las nociones negativas que hay al respecto de los de en medio.
Y aunque haya una descripción terrible sobre la posición que ocupamos, uno siempre tiene que recordar que personas como Martin Luther King Jr o Madonna son los de en medio y mira qué bien lo hicieron.