Una mujer adulta, que no llegaba a los cincuenta años exclamó mientras intentaba pasar entre tantas familias: “es que no hay otra hora en la que venir a los aparcaniños?” Muchos padres se giraron hacia ella, pero por educación o simplemente vergüenza no le dijeron nada, y a mí, se me escapó entre las manos antes de que pudiera echarle el guante.
Educadores que tienen que aguantar ser humillados por más personas de las que me gustaría, insultos hacia la profesión y malas palabras hacia los centros. Y yo me pregunto, ¿de dónde viene tan poco reconocimiento? ¿De dónde vienen esos comentarios de la gente? ¿Y esas expresiones? Las escuelas infantiles existen para guiar y apoyar a los niños en su total desarrollo.
Existen para proporcionarles experiencias, oportunidades de descubrir el entorno, situaciones para que los pequeños se sorprendan, se ilusionen, se diviertan. Existen para que vayan aprendiendo valores, a relacionarse, a estar con compañeros. Existen para que todos esos padres que tienen que trabajar fuera de casa se sientan seguros, y estén tranquilos de que sus hijos van a estar en el lugar adecuado. Con los profesiones correctos y cualificados.
Al contrario de lo que bastantes personas piensan, el trabajo de los educadores no sólo consiste en quitar pañales, dar de comer y dormir a los más pequeños. Posiblemente esos lugares (si es que lo hay), sí que sean unos “aparcaniños”. Pero en la mayoría de centros infantiles, están muy lejos de hacer eso. Y los maestros tienen las funciones más importantes en sus manos: hacer felices a los niños, hacer que se diviertan, que disfruten, que desarrollen la creatividad, las habilidades sociales, que aprendan cosas nuevas cada día, que salgan del aula contentos, rebosantes de alegría.
Y por supuesto, intentar resolver las dudas de los padres, sus inquietudes, ayudarles en todo lo que puedan, aconsejarles como profesionales. ¿Acaso todas esas cosas se realizan en los “aparcaniños”? Me pregunto cómo se sintieron las familias al escuchar tal semejante tontería en boca de esa desconocida. Ese prejuicio y crítica tan gratuita y ofensiva. ¿Por qué los padres que llevan a sus hijos a escuelas infantiles son tal mal vistos? La decisión es únicamente suya. Y en muchas ocasiones no tienen otra opción. Hay quién matricula a los niños porque no tienen a nadie que los ayude.
Hay otros que lo hacen porque piensan que a su niño le vendrá bien conocer otro tipo de entorno que no sea la casa de los familiares, que será buena idea que esté con más niños en un ambiente que no sea un parque. Y todas esas razones son tan válidas, tan aceptadas y respetadas como las de las familias que deciden no llevar a sus hijos a ningún centro hasta la etapa obligatoria. ¿Acaso los niños que asisten a las escuelas infantiles van a ser peores? ¿Acaso los niños que se quedan en casa van a ser mejores? Desde luego que no, puede que reciban una educación diferente en cada sitio, pero no por eso serán más buenos o más malos en algo.
Bastantes personas comentan: “madre mía, dejar a un niño tan pequeño en las escuelas infantiles hasta las siete de la tarde es muy cruel”. Sí, todos sabemos y somos conscientes de que hay centros (en su mayoría privados), que abren las puertas hasta tarde. Pero si existen estas escuelas infantiles es porque hay demandas de familias. Es decir, no todos los padres tienen la suerte de trabajar de ocho de la mañana hasta las tres.
Existen familias que trabajan de once a siete. O de diez a seis. ¿Qué hacen esas familias si no tienen ningún apoyo? Esa gente que dice tan a la ligera… “qué crueles”… ¿se han parado a pensar en cómo se tienen que sentir los padres? ¿en la sensación que tienen esas familias al dejar tanto tiempo a su hijo en un centro educativo? Estoy convencida que alguien dirá: “sí, pero hay padres que dejan a sus hijos para ir al gimnasio o salir con sus amigos”. Y seguramente sea así. ¿Pero creéis por un momento que son la mayoría de los padres?
Las escuelas infantiles no son lugares para guardar a los niños. Y ni mucho menos lo son para aparcarlos. Son lugares en los que se encargan del bienestar de los más pequeños, de su desarrollo, de su felicidad, de su autonomía, de sus habilidades sociales, de su crecimiento personal. Son lugares en los que se fomenta la creatividad, los valores, la educación emocional, la amistad, el juego. Los educadores infantiles y maestros son mucho más que las personas que salen a saludar a los padres y a recoger a los niños.
Son los que cuando se cierran las puertas, se encargan de que todos salgan con una sonrisa en la cara, son los que están pendientes de un mínimo de diecisiete niños de dos a tres años en el aula, son los que cuidan y crean un clima adecuado para bebés de seis meses que acuden a los centros. Son los que se encargan de darles caricias, cariño y proporcionarles la seguridad necesaria mientras los padres no están. ¿Son estos profesionales unos simples “recogeniños”? No, por supuesto que no. Pues los centros tampoco son “aparcaniños”. Nada más lejos de la realidad.
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