Sin embargo, los cambios en mi vida son una constante. Cambios a los que me veo obligada por las necesidades del momento, necesidades laborales que derivan en necesidades económicas, me guste o no. Sí, lo se, soy una superviviente, tiro para adelante, intento no venirme abajo, busco alternativas, soluciones, y al final, zancadilla tras zancadilla, voy superando las puñeterías de la vida.
La verdad es que no puedo engañarme a mi misma ni a nadie. Estos dos últimos años han sido muy duros, y esto no tiene pinta de acabar nunca. Con mi marido en paro -cobrando el subsidio por desempleo-, la poca ayuda que los valientes (e ingenuos) emprendedores tenemos para sacar un negocio adelante y las dificultades que se me han ido presentado, no acabo de levantar cabeza y ver la luz al final del túnel.
Estoy cansada de reinventarme, de tener que sacar de donde no hay, luchar unas veces, conformarme otras, colocarme la sonrisa y pensar que, al final, todo tiene solución -todo, menos la muerte, claro-. Estoy cansada de caerme, sacudirme las heridas y levantarme. Estoy cansada de ver un poquito de luz y de nuevo volver a la sombra.
Toca reinventarme de nuevo, adaptarme a las necesidades de mi familia. Toca reinventarme para progresar, pues ahora me siento como en punto muerto, ni p"alante ni p"atrás. Toca reinventarme para cuadrar la economía, pero también para conciliar mi trabajo con mis hijos.
Porque casi concilio, pero solo casi, porque estoy cerca de casa y pueden venir a verme por las tardes. Pero no puedo atenderlos como quiero, no puedo prestarles la atención necesaria y, al fin y al cabo, por mucho que pueda llevarlos al cole o echar el cerrojo a la tienda si tengo que salir con ellos al médico, que no es pecata minuta, en el día a día solo los veo a la hora de la comida y la cena.
Tengo una idea en mente. Quiero crecer, que mi pequeña tienda crezca, tener un espacio en condiciones para recibir a las familias y no estos 16 metros cuadrados con los que me he conformado en estos dos años, a cambio de estar al lado de casa. Pero irme lejos de casa es ponerlo más difícil para conciliar el trabajo con el cuidado de mis hijos. Así que ahí ando, meditando hasta perder el sueño.
De momento creo que necesitaré un paréntesis para replantearme la mejor manera de cuadrar estas dos facetas de mi vida, la maternal con la laboral. No quiero tomar decisiones precipitadas de las que pueda arrepentirme. Y tengo que probar antes de decidirme, no me queda otra.
Abrir la tienda física fue una decisión precipitada por las circunstancias, aprovechar la oportunidad que se me presentó en determinado momento. No me arrepiento, pero se que debí pensármelo mejor y valorar otras opciones. No lo hice. Mal hecho. Pero nunca es tarde, y ahora me voy a dar tiempo para hacerlo.
Se que mi lugar no está donde estoy ahora mismo, aquí estoy limitada, no doy para más. Me debato entre reorganizarme desde mi casa y trabajar desde allí o trasladarme a un local más grande, donde pueda tener un espacio para mis hijos. Mi opción ideal es la segunda porque se lo importante que es poder recibir a la gente a pie de calle, pero es la opción más arriesgada, la que económicamente ahora mismo me es inviable. La primera es la que más miedo me da, es la que desconozco, pero es la que me permitiría seguir trabajando y, en un futuro relativamente cercano, llegar a la segunda.
No me importa abrir las puertas de mi casa y recibir a mis client@s con café y bizcocho. Pero me corroen las dudas... ¿Funcionará? Tengo miedo que se venga abajo todo lo que he logrado estos dos años, después de tantas dificultades superadas. Pero siento que tengo que probar esa opción, y que es la única viable para mi reinvención laboral. Porque si tengo que irme a un sitio más grande, necesito refinanciarme para poder hacerlo, y eso pasa por reajustar al máximo los gastos que tengo ahora mismo.
Quien diga que llevar un negocio propio es fácil miente como un bellaco. Sí, prefiero trabajar para mi que para otro, no os voy a engañar, pero que te llevas muchas más preocupaciones a casa y que lo que te juegas es el sustento de tu familia, es una de las verdades más grandes de esta vida.
Todavía no tengo nada decidido, pero ya empiezo a hacerme a la idea de que pronto cerraré una etapa más de mi vida. Y tengo miedo, mucho miedo, porque en el fondo no solo me juego mi negocio, me juego el pan de mis hijos. Y eso son palabras mayores.
Aún así yo no pierdo la fe, procuro no hacerlo, intento confiar en mi misma y en mi trabajo... Y sigo echando primitivas, a ver si alguna vez la suerte se digna en visitarme.