Lo interesante acá, es que ni cuenta me di que había sido, o era más bien dicho, San Valentín. Para mí era una día común y corriente de correteos. Caí en cuenta recién a la hora de la cena cuando una amiga me cuenta que estaba saliendo a comer con su marido a un sitio súper lindo y que no sabía que ponerse.
No quiero decir que estaba triste, porque en verdad no lo estaba. Pero de hecho estaba chocada, pues si bien mi marido y yo no somos los grandes celebradores de esta fecha siempre recibo mis reglamentarias flores y así me acuerdo que es San Valentín. Bueno pues, pensé, ya son 10 años juntos, ¿no? Tenía que llegar el día que se olvide de una celebración. Mejor que sea San Valentín, que un aniversario o algo así.
Debo reconocer que las manifestaciones de amor entre mi esposo y yo han cambiado mucho. Ya no son los besos intensos y eternos de cuando éramos enamorados, ni los regalos costosos y extravagantes de cuando éramos novios. Tampoco son escapadas románticas a sitios exóticos (con 3 hijos chiquitos, difícil). Nuestras manifestaciones de amor se han vuelto más infrecuentes. (leer con chiquitos no hay chiquitingo)
Así que me puse a pensar y a recordar. ¿Qué estaba pasando entre nosotros? El día de San Valentín mi esposo puso su despertador tempranito. Lo puso así, para poder llevarme a la clínica, que queda al otro lado de Lima, a que me tomen rayos x. La noche anterior fungió de mi chofer llevándome y trayéndome por todos lados (pues el dolor de codo no me deja manejar bien) y me acompañó al médico. Se sopló conmigo toda la espera al doc. en el hospital, a pesar que él odia los hospitales y doctores. Luego de la cita con el médico nos fuimos a comer a un sitio rico para que yo no esté tan triste por mi codo roto que me impide hacer deporte. Paramos en 3 restaurantes antes de elegir uno pues, como no teníamos reserva nos daban sitios sumamente incomodos. Sí, ya sé que engreída. Pero, me dolía mucho el codo y quería estar cómoda y comer rico. Y él supo reconocer eso sin criticarme.
Recuerdo también que mi esposo se pasa sábados enteros acompañándome en mis campeonatos de natación y días de días, escuchándome sobre mis entrenamientos, escrituras y reflexiones de todas las cosas que necesito hacer. Comparte orgulloso cada uno de mis logros. Los aprecia más que yo. Y aunque no siempre estemos de acuerdo en todo, siempre apoya y respeta todas mis decisiones. Me deja ser al 100%. Con él, yo soy más yo que nunca en mi vida.
Y sí pues, este San Valentín no recibí flores, ni tarjetas, ni regalos. Pero, no los necesito. Tengo el regalo de contar con un compañero que me ama y comprende como nadie. Un compañero que hace que mis cosas ordinarias se vuelvan extraordinarias. Alguien con quien celebrar el amor en el día a día y darme cuenta que el amor está aquí, presente en los pequeños detalles.
Y bueno, antes que me olvide. El 15 de febrero a las 7:00 a.m. llegaron flores, globos y chocolates con una gran tarjeta de disculpa.
Eran de la florería, se habían confundido. Con tantos pedidos su servicio colapsó y no pudieron llegar a algunas casas. Esperaban que la hayamos pasado bonito y nos pedían mil disculpas.
Sí, la pasamos lindo gracias. Este año recibí el mejor regalo de todos: amor de verdad.