Este post esta dedicado con cariño a todos los profesores que han pasado por mi vida, desde el preescolar, hasta la universidad. Muchos de ellos dejaron en mi profunda huella, y aspiro un día a poder ser como muchos de ellos, tan cultos, apasionados, inteligentes y sabios.
Sí, un profesor deja recuerdos y huellas en sus alumnos para toda la vida, aunque no todos dejan gratos recuerdos. Ojala todos los docentes estuvieran conscientes que cada palabra, cada acción puede construir o destruir, inspirar o desanimar para que un alumno saque lo mejor de sí y logre triunfar en esta vida.
Cuando llegué a sexto de primaria, me encontré con la maestra Laura. Ay, me temo que no la recuerdo con cariño y estoy segura que si lee esto, le voy a caer bien mal. Era una maestra estricta, muy exigente, eso que ni que, y seguro que los docentes estaban convencidos de que era lo que necesitábamos los pre-adolescentes con un pie ya en la secundaria. Pero más allá de lo exigente en su forma de trabajar, tenía un "humor muy ácido". Solía ridiculizar a mis compañeros que no cumplían con la limpieza y el aseo, haciendo comentarios sarcásticos frente a todos los demás acerca de como olían o de su uniforme que llevaban arrugado. Uff, que alivio sentía de no ser presa de sus comentarios, para bien o para mal, siempre iba bien bañada y supongo que mi uniforme lucía bien planchado. Bueno, no me salve de que encerrara con rojo los rayones de mi cuaderno a los que ella llamaba "horribles moscas". Siempre creí que la maestra aniquilaba la autoestima de algunos de mis compañeros, que seguramente ya tenían suficientes problemas en casa, como para soportar a una maestra que gustaba de ridiculizar al alumnado. Dicen que el rostro es el espejo del alma. y no les miento cuando les digo que la maestra tenía facciones muy toscas y una mirada que atemorizaba a cualquiera. En fin, siempre que la recuerdo, la tengo como el claro ejemplo de lo que no debe hacer un docente, pues creo yo que se puede enseñar disciplina, orden y limpieza con otros métodos.
No así considero la suerte de mi hija Constanza, quién se ha encontrado con una maestra que al menos ante mis ojos es todo lo contrario a la maestra Laura. La maestra de Constanza seguido habla con nosotros, nos hace énfasis en la importancia de mantener una buena comunicación con nuestros niños, le da mucho importancia a la parte emocional de sus alumnos, escucha sus problemas y si detecta que algo anda mal, no ridiculiza al alumno frente a los demás, prefiere en cambio hablar con los papás. Estoy segura que en unos años, mi hija agradecerá la cercanía que les permitió la maestra, tanta es la confianza que le tienen los niños que van y le cuentan todos sus problemas, el salón se ha convertido en un espacio de desahogo dónde los niños cuentan sus más profundos temores y los males que los aquejan. Eso sí, también es sumamente exigente.
A lo largo de los años también he tenido el placer de coincidir con maestros de gran calidad humana, de gran calidez en su forma de ser y muy entregados a la labor de transmitir conocimiento. Ante ellos hoy me quito el sombrero y les agradezco infinitamente todo lo que hacen por los alumnos, toda esa pasión que ponen en cada clase y todo el cariño que dejan en las aulas.
A los profesores que con más cariño recuerdo son a los de la preparatoria, muchos de ellos creyeron en mí y me brindaron todo su apoyo reconociendo mi esfuerzo doble al ser mamá y alumna. Después vivieron mis queridos profesores de la universidad. Sus maravillosas palabras todavía las traigo conmigo. En verdad, su apoyo es invaluable.
También Constanza ha tenido profesoras maravillosas que la han impulsado a ser mejor alumna y mejor persona.
Sin duda, un profesor es un héroe sin capa. Hoy los abrazamos fuerte y los celebramos.