Esto es lo que hay... tengo fotos con monos, loros, gatos, perros, conejos e incluso cocodrilos en dos ocasiones distintas. No tengo manías en coger a una rata o a un murciélago, que lo he hecho... pero BICHOS NO. Nunca, jamás, en la vida, que no, que no... No soporto ese superpoder que tienen de estar delante tuyo y de pronto lo tienes rondando alrededor, como un satélite cualquiera. Ora delante, ora detrás...
He hecho el ridículo muchas veces a lo largo de la vida, y oye, no lo puedo evitar. Pero claro, cuando eres madre procuras no transmitir las fobias propias a tus retoños. Por cierto, que no puedo evitar acordarme del post de Trimadre a los 30 que, si no lo habéis leído, es de obligada lectura. Pues eso... que como madre lo que menos me apetece es montar un circo de siete pistas para flipe y alucine de mis hijos...
Pero una cosa son mis pretensiones y otra la más cruda realidad. Mis hijos, y en especial mi hijo (por eso de ser el mayor), están acostumbrados a verme chillar mientras salgo corriendo y hago aspavientos con los brazos. Y ojo, eso que si alguna avispa se acerca a mis hijos he sido hasta capaz de atacarlas con lo que tenga a mano, que suele ser el móvil.
Y aquí llega mi última aventura. Viernes por la noche. Después de cenar me salgo a la terraza para fumarme un cigarrito. Como están las luces encendidas entorno todo lo que puedo la puerta, por eso de que no entre ningún indeseado bicho. Pero, como no, llega mi hijo y abre la puerta de par en par. ¿Cuánto pasó? ¿Cinco segundos? A lo que me volví para cerrarla allí estaba ella dando vueltas como un satélite descontrolado alrededor de la luz.
OMG! Agarré a mi hijo del pescuezo y lo arrastré fuera del salón agachada para alejarme lo más posible del bicharraco. Una polilla que bien podría haber sido la prima de Batman por el tamaño que tenía. Corre-corre-corre!!! Y nada más cerrar la puerta del salón a mis espaldas pensé: "He abandonado a mi hija a su suerte..." Y es que la pobre estaba en la trona justo debajo de la lámpara infernal... Pero eeeeehhh, que su padre también estaba en el salón.
Con el corazón desbocado cogí el matamoscas y se lo pasé a Costillo por un resquicio de la puerta. Pero él nada. Muy hombre. Muy práctico. Apagó las luces del salón, abrió la puerta de la terraza y encendió la luz de allí. A los pocos segundos...
- Cris... -con voz arrastrada- que ya se ha ido...
- ¿Estás seguro??
- Que sí... pasa...
Miré por todos lados y no vi nada. Pero mis pelillos seguían de punta y mi radar estaba atascado. Ummpffff. Venga va, me creeré que no está.
Costillo se fue a acostar a la peque (que no había sufrido daños a pesar del abandono) y yo me fui con el peque a ver unos dibus antes de dormir. Y cuando llegó la hora de que papi se fuera a currar, estando los tres en el rellano para despedirnos me suelta Costillo mirando hacia casa...
- ¡Anda! Pues no se había ido. Está en el pasillo.
- ¡No jodas!!! No te vayas sin matarla.
- Me voy, que llego tarde.
- Por favor, no me hagas esto. Mátala!!!!
- Adios.
Y ahí me quedé diciendo "ayyyy ayyyyy", abrazada a mi hijo y sin querer entrar en casa.
- Mamá, ¿estás bien? Mamá, ¿qué te pasa????
- Que mami está cagada de miedo...
- Ohhh no te preocupes mamá. Un "bezo".
Entramos en casa en modo ninja, oteando cada centímetro de pared, techo y suelo. Agarrada a mi hijo como una garrapata mientras el pobre me miraba con cara de "¿y esta qué se ha fumado"". Yo no veía nada. ¿Me habría tomado el pelo mi marido? Él sabe que con estas cosas no se juega...
Acosté al niño y me fui al ordenador. Estuve un rato entretenida y me levanté a por un vaso de agua. Y de pronto la vi. En la puerta de casa. Quieta ella. Quieta yo. Ni se cuánto estuve sin respirar por si acaso me sentía y se echaba a volar. Joder joder. ¿Y ahora qué? Eso no se puede quedar vivo por casa que me da un parrús. El matamoscas. ¿Dónde leches está??? Joder que no lo encuentro. ¿Y ahora qué hago? Un zapato de Costillo. Un 46 tiene que funcionar. Por favor, que funcione.
Y allá que fui a por un 46, que ni sujetarlo bien con mis mini-manos. Y allí estaba yo. Zapatilla en mano, con las piernas abiertas y ligeramente flexionadas, como una atleta profesional. O como una cobardica que al más mínimo aleteo del bicho hubiera salido corriendo para no salir más hasta que llegaran los GEOS.
Pero no. Sujeté fuerte la zapatilla y cogí aire. PLAAAAMMMMM. Joder, ¡qué subidón! Yeahh yeahhh. Ahí estaba el bicho asqueroso, pegado a mi puerta con las alas abiertas. Y me dí la vuelta. Lo siento, pero en el pack "proezas" no entra la recogida de cadáveres. Eso se lo dejé a Costillo, que me abandonó con el marronazo aéreo en casa.
Por supuesto desde este incidente he doblado las medidas de seguridad en mi casa y ahora cuando salgo a la terraza grito: ¡apaga la luzzz! Y no puedo evitar que me venga esta imagen a la cabeza, porque para mí un insecto es como un dinosaurio.