Por suerte, la crianza con apego se está extendiendo y cada vez es más común hablar del colecho abiertamente, así como encontrar información en Internt al respecto. Sin embargo, hoy os quiero hablar de la cara oculta del colecho, de eso que muchos padres no solemos admitir pero a la mayoría nos pasa si compartimos cama con nuestros hijxs. Porque no es oro todo lo que reluce.
1. Los bebés se mueven (mucho)
Los primeros meses de colecho facilitan mucho la vida de las madres cansadas y con falta de sueño. En cuanto el bebé necesita mamar y antes de que necesite llorar para dejarlo claro, se agarra al pecho y seguís durmiendo tranquilamente. Aunque ahora parezca que todavía queda mucho tiempo, ese bebé indefenso (y prácticamente inmóvil) acaba por convertirse en un ser humano más grande, con más fuerza y con necesidades de movimiento especiales.
Patadas, cabezazos, golpes. Están todos asegurados. Habrá días que te despiertes y encuentres a tu bebé durmiendo sobre tu almohada detrás de tu cabeza. Otros abrirás el ojo y estará a los pies de tu cama (cuidado con las caídas, siguiente punto). Así que la tranquilidad de no tener que levantarte para atenderle es real, pero el miedo a no llevarte un coscorrón a media noche también. Tú decides qué te compensa más
2. Algún día se caerá
Esta frase es una de las que más me repitió mi madre: »Ya lo verás, algún día se caerá de la cama. Hagas lo que hagas, antes o después, ¡zas!, al suelo». Y tuvo razón. Cuando empezó a moverse más y estaba solo en la cama le rodeábamos de cojines. Un día reptó por encima y se cayó al suelo. El susto que nos llevamos fue el más grande de mi vida, y ya os podéis imaginar la culpabilidad que nos inundó.
Decidimos poner barras protectoras a los laterales para estar más tranquilos. Unas semanas más tarde nos volvió a pasar. Se consiguió poner de pie y se venció por encima de la cama. De nuevo golpe desde más altura y lágrimas de ambas partes. Así que acabamos poniendo la cama al suelo, y así estamos todos más agusto. Eso sí, las barras a los laterales siguen para evitar caídas a media noche (incluídas las tuyas, si tienes una cama como la nuestra).
3. El espacio es muy limitado
¿De verdad crees que una cama de 1,35 es suficiente para dos personas y media? Prueba a colechar. Llega un momento en el que duermes en vilo, sobre el mismo costado toda la noche y en una superficie de 50 cm de ancho. En cuanto tengamos la oportunidad (vivimos de alquiler en un piso amueblado), nos vamos a hacer con una cama de 3×3 para poder estirar una pierna de vez en cuando.
4. Levantarse al baño o moverse: misión imposible
Supongo que este punto dependerá de cómo de ligero sea el sueño de nuestro de bebé. El mío oye hasta mis parpadeos, así que levantarme o cambiar de postura se ha vuelto una verdadera pesadilla. Muchas noches lo hago tan sigilosamente que no se da cuenta (aunque tarde unos 20 minutos en hacer toda la parafernalia). Sin embargo, otras muevo una mano algo más rápido o respiro un poco más hondo y voilà: tengo al bebé despierto y la vejiga llena. Y me toca esperar a que se duerma profundamente para poder ir al baño. (Aclaro que esto depende mucho del carácter de tu bebé)
5. Beber agua
Relacionado con el punto anterior, otra necesidad básica que se verá amenazada será la de beber agua. Aquí vuelve a depender de si tú lo necesitas (yo soy un poco adicta al gua) y de la ligereza de tu sueño y el de tu bebé. Yo tengo una botella de aluminio al lado de la cama y últimamente duermo deshidratada porque el tapón suena mucho al quitarlo y ponerlo. Y sí, Ollie lo escucha y se despierta y otra hora de volver a dormirle. Así que si quieres beber agua mientras tienes a tu bebé cerca, mejor en vaso o en botellas insonoras.
6. Intimidad. ¿Qué es eso?
Vale, que hay otros lugares en la casa donde es posible hacer el amor. Yo no digo que no. Pero a día de hoy el dueño de la cama es mi hijo. No hay duda alguna. Y encima duerme entre los dos, así que ya no os hablo de relaciones sexuales, sino de un abrazo, una caricia, un poco de contacto físico con alguien adulto. ¿Que podría dormir en un lateral? Totalmente cierto, pero ahí volvemos al punto de las caídas y de que solo uno de los dos adultos nos llevemos las patadas nocturnas. Así que creo que de momento nos hemos resignado a aceptar que nuestro cuarto de dos ahora es cuarto de tres.
7. La odisea de la temperatura ideal
Si compartir edredón con una persona más ya da quebraderos de cabeza y ha supuesto más de un divorcio, con tres no os quiero ni contar. Cuando hace mucho frío, ya no podemos taparnos hasta el cuello porque nuestro pobre bebé queda totalmente enterrado debajo. Además, como se mueve mucho, me paso media noche asegurándome de que sigue tapado. ¿Y las noches de verano? Pues el calor humano sumado a los 40 grados madrileños hacen que las noches sean muy, muy, muy largas y sudorosas.
8. Adiós a leer en la cama
Adoro leer antes de ir a dormir. Me encanta el ritual de ir pasando hojas a la vez que te vas relajando, y saber que cuando no puedas más cierras los ojos, apagas la luz y listo. Pero desde que llegó Ollie no es posible hacerlo, sobre todo porque la luz le desvelaría. Ahora solemos leer en el salón, que es parecido, pero si tienes ese mismo hobbie sabrás que no es igual
Después de leer esto puede que creas que colechar no merece la pena. A pesar de todos estos inconvenientes, a nosotros nos merece mucho la pena. A parte de los beneficios obvios que he mencionado más arriba, está el despertarte junto a tu bebé todos los días, olerle, escucharle respirar, atenderle sin (grandes) desvelos, jugar en la cama recién despiertos, mirarle cuando te vas a dormir…
Y después de las noches que son más largas, siempre me digo lo mismo: esto también pasará. Llegará un día en que no quiera dormir con nosotros, que pida tener su camita, que prefiera despertar solo. Así que hasta ese día, quiero aprovechar de su compañía al máximo.